Margaret Atwood
Margaret Atwood es una reconocida autora anglocanadiense que merece tener más audiencia en nuestro país. Muchos lectores la relacionan con su novela más conocida, "El asesino ciego", pero tiene muchas otras obras interesantes. Pero, con ella, ocurren dos circunstancias: por un lado nos encontramos con una escritora que se ha atrevido con muchos géneros sin identificarse con uno en particular; y por otro, hay un problema con la forma un tanto caótica en que se han publicado sus obras en España. Por ejemplo, esta obra que ahora he leído es su segunda novela publicada en 1972 muy anterior y completamente diferente de las más conocidas.
La narradora de la historia (que no cita su nombre) es una
artista canadiense, divorciada y sumida en una profunda crisis de identidad.
Regresa con su novio, Joe, a la cabaña familiar, en un lago al norte de Quebec.
Ella ha vivido allí con su familia en esa cabaña aislada del mundo gran parte
de su vida. No sólo conoce los secretos del lago y del bosque, sino que
los respeta e incluso los venera como si fueran antiguos dioses.
Les acompañan una pareja de amigos, David y Anna, que tratan
de escapar del bullicio urbano buscando el sosiego de la naturaleza salvaje.
Pero para la narradora el viaje tiene otro objetivo:
encontrar a su padre, un botánico taciturno y solitario desde que enviudó.
Trabaja para una papelera y ha desaparecido misteriosamente.
Los siete días de
convivencia en la cabaña, intentando hallar al padre, le descubrirán el
trasfondo de las tres personas que la acompañan, la harán reflexionar sobre su
pasado, el entorno salvaje en el que se ha criado y los peligros que le
acechan.
La narradora busca a su padre, pero también busca cómo
puede ella resurgir.
No sabemos exactamente por qué marchó de su familia y de aquel lago. Sabemos que estuvo casada y que tuvo un hijo que no deseaba pero su marido la obligó. Se divorció y abandonó a su hijo con su padre.
"Él no me quería, era una idea de sí mismo lo que quería y buscaba tener a alguien a su lado; servía cualquiera. Yo no importaba".
Es una novela muy sintonizada con las emociones y sentimientos de las mujeres. Los hombres aparecen como egoístas, depredadores de todo lo que les rodea, sea animado o inanimado; humano, animal o vegetal.
Para Atwood los peores son los "turistas americanos". Se entiende que los norteamericanos.
"Cuando era pequeña me preguntaba si los americanos eran peores que Hitler. Era como despedazar una tenia, los trozos crecian solos".
En el camino encuentran una garza muerta colgada de un àrbol. Ella no duda de los autores.
"Como las garzas no se comen, no saben que hacer con ellas sino matarlas. Era una matanza sin sentido. Era como un juego para ellos. Después de la guerra se aburrían."
El enfoque es alterior al ecologismo y creo que, más bien, parte del respeto y el temor de los indígenas al medio en que vivían.
Pero la novela de Atwood no sólo habla del medio natural sino, especialmente, de las relaciones humanas. Era lógico: cuatro personas encerradas en un universo vacío.
La narradora no ama a su novio Joe, que sí la ama e incluso desea casarse con ella. David, un mastuerzo de mucho cuidado, no ama a Ana, que sí lo ama a él con una cierta desesperación. Unos aman; otros no. ¿Pueden amar los que ahora no aman?.
Atwood enfoca la cuestión con pesimismo:
"Los que aman sin remedio, a pesar de que saben perfectamente que no son correspondidos, son utilizados y dominados. Como si tuviéran un órgano de más como ese ojo de los anfibios del que nunca se ha descubierto su utilidad.
O quizás nosotros somos los normales y los que son capaces de amar son los bichos raros.
Nosotros no sabemos querer. Hay algo esencial que no tenemos; nacimos así.
Joe y Ana tienen suerte; lo hacen mal y sufren por ello pero es mejor ver que ser ciego, aunque de esta forma tengas que ver crímenes y atrocidades.
A veces, en la pareja, se odian el uno al otro. Eso debe ser casi tan absorbente como el amor.
Es una novela bastante radical con un desenlace fuera de lo corriente como la narradora.
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