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viernes, 27 de febrero de 2015

Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (110)

Ofrenda a la tormenta

Dolores Redondo
Destino


Una mujer denuncia que la muerte súbita de su nieta, oficialmente una muerte de cuna, le parece sospechosa tras el comportamiento extraño del padre de la niña, que ha sido detenido cuando intentaba robar el cadáver pronunciando palabras inconexas acerca de entregar a su propia hija. El bebé tiene unas marcas rojizas en el rostro que indican que ha habido presión y parece claro que ha sido asesinada. La abuela de la pequeña habla de una criatura mágica de la zona, un ser maléfico, causante de las pesadillas que producen en el durmiente una inmovilización que les impide despertar. Se trata del inguma, el ser que arrebata la vida durante el sueño. La investigación de este caso llevará a Amaia y a su equipo a descubrir algunas irregularidades en casos parecidos que se produjeron en el valle en el pasado, demasiados casos en una zona relativamente pequeña.
   Y entonces, trasladado por orden del juez Marquina, el asesino Berasategui aparece muerto en su celda, tras un coma inducido por una droga que alguien ha tenido que facilitarle.
   Trepidante y estremecedora, la trama se acelera hacia una resolución sorprendente, en la que Amaia debe enfrentarse al auténtico origen de los sucesos que han asolado el valle del Baztán. Y mientras una impresionante tormenta de nieve parece querer sepultar una verdad demoledora.

 Algunas consideraciones como lector:
 Es algo corriente en las novelas negras seriadas que los protagonistas y las acciones narradas tengan una relación con novelas anteriores. Pero también es corriente que se pueda leer independientemente una de la otra. 
No es este el caso de esta novela. 
Si no se han leído las dos obras anteriores el lector tendrá grandes dificultades para entender lo que ocurre en la narración de ésta que prácticamente es una continuación de "Legado en los huesos". Mi consejo es, pues, leer la trilogía por su orden de publicación: "El guardián invisible", "Legado en los huesos" y "Ofrenda a la tormenta".

Cuando comenté las anteriores señalaba que uno de los aciertos de Dolores Redondo ha sido encontrar en la narración el punto justo entre lo lógico y lo mágico ya que estamos ante novelas del género negro pero con valerosas incursiones en el mundo mágico ancestral del Valle del Baztán que cuenta con una larguísima y antiquísima tradición de brujas, sortilegios, bebedizos, ritos mágicos, trasgos, demonios y entes de otra dimensión metafísica.

La protagonista de estas novelas, la inspectora de la Policía Foral, Amaia Salazar, dirige investigaciones que le incumben personalmente y que están rodeadas de misteriosos acontecimientos que se enraizan en la cultura milenaria vasca. Permanentemente la protagonista salta (¿cómo se llama este juego de cuadrados pintados en el suelo que las niñas saltan con un pie u otro? ¿"El Descanse"?) entre el mundo real y el mágico, lo que no le resulta nada fácil. Ella de esfuerza en centrarse en investigar la conducta y las acciones de las personas "que sí creen" en estas entidades y, como consecuencia de estas creencias cometen delitos graves. Pero ella misma no sabe si es "creyente" o no. Lo de los meigas gallegas que no se creen en ellas pero "de haberlas, hailas"

Pero ella es consciente que el verdadero peligro para la sociedad, a la que debe proteger, no son los seres benignos o malignos de la esfera mágica, sino las conductas de la gente que, creyendo en la efectividad de los ritos mágicos, actúan al margen de la ley.


Porque de ésto se trata. Si uno cree que sacrificando la vida de su hijo o hija, menor de 2 años, se puede hacer rico, famoso, curarse de enfermedades terminales, etc...siempre existe el peligro de que caiga en la tentación del infanticidio. Es una aberración. Una maldad inimaginable, pero el mal puede estar en la mente de cualquiera. Nunca han sido las leyendas las causantes de los males, sino los que creen que son verdad.

Dolores Redondo, esta vez, ha aprovechado las últimas páginas de este tercer libro para cerrar algunos flecos que quedaron abiertos en las dos anteriores entregas y ha podido cerrar la trilogía de una forma redonda.

Y, para terminar y hablando de finales, tengo que decir que el único defecto que le encuentro a "Ofrenda a la tormenta" es que Dolores Redondo no se ha esforzado mucho (como hacen otros autores de thrillers) en escondernos al "malo, malo" (porque la nivela está plagada de "malos" a secas). Más o menos a la mitad de la novela el lector ya ha elegido el final.

Interesante y una fantástica promoción turística del Parque Natural del Valle de Baztán


miércoles, 18 de febrero de 2015

Niveles de vida. Julián Barnes. (109)

Niveles de vida

Julián Barnes
Anagrama



«Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.»
El libro arranca con esta reflexión y en efecto reúne tres historias aparentemente inconexas que acaban mostrando secretos y sutiles lazos. Niveles de vida habla de la aventura de vivir, de los retos imposibles, del amor que todo lo desborda y del dolor de la pérdida. Y lo hace entretejiendo tres piezas independientes. La primera nos habla de los pioneros de la conquista del cielo con los globos aerostáticos y de las iniciales tentativas de fotografías aéreas realizadas por Nadar, aspirando a ser el ojo de Dios. La segunda historia retoma a un personaje de la anterior, el coronel británico Fred Burnaby —bohemio, aventurero y viajero, que murió en Jartum—, del que se relata su pasión por la legendaria actriz Sarah Bernhardt. La tercera parte salta en el tiempo del siglo XIX al XX y de las historias ajenas a la propia: la muerte de su esposa. No es la primera vez que Julian Barnes experimenta con las formas literarias. En este caso la ruptura con la narrativa más tradicional está al servicio de una aventura literaria de gran calado: indagar, huyendo del sentimentalismo, en el dolor causado por la pérdida del ser amado, adentrarse con las armas de la gran literatura en el territorio de la aflicción. El resultado es un libro deslumbrante, que rompe las barreras de los géneros y consigue una hondura y una belleza iluminadoras.


Seguro que a ustedes les ha pasado alguna vez: empiezan un libro con muchísimo interés (se trata de un clásico, o un escritor muy laureado) y de pronto se sienten agobiados. No comprenden el sentido de lo que están leyendo. "Habré leído demasiado deprisa" -se dicen-. "Empecemos de nuevo más sosegadamente". Pero nada. "No sé de qué va este autor" -vuelven a pensar con un cierto grado de frustración- Y es entonces cuando se impone una pausa en esa lectura o el abandono definitivo de la misma si se tercia.

Eso es lo que me pasó al inicio de “Niveles de vida”. 
Nadie puede negar que Julián Barnes es uno de los “grandes” de la literatura mundial. Cuando obtuvo el Premio Booker con “El sentido de un final” una gran parte de la crítica confesó su desconcierto. Aquella novela tenía dos partes. En la primera se narraba la vida retrospectiva del protagonista y en la segunda se reflexionaba sobre cuestiones tales como las trampas de la memoria, las dificultades en la entrada en la madurez en los años sesenta, etc. Pero resultaba dificultoso para el lector la conexión entre ambas partes.

Con “Niveles de vida” sucede algo semejante. El libro empieza con las biografías de una serie de famoso pioneros de los vuelos aerostáticos: Jacques Charles, el físico que primero se alzó del suelo con un globo de hidrógeno en el 1º de diciembre de 1783; el coronel inglés Fred Burnaby y su amante la famosa actriz Sarah Bernhardt– y un fotógrafo –Félix Tournachon, más conocido como Nadar.

Todos estos personajes existieron aunque no estoy muy seguro que sus reflexiones sobre las sensaciones que tuvieron al abandonar el suelo colgados de una cesta de un globo aerostático sean las que realmente experimentaron. 
“Bien –me preguntaba al leer estas biografías- pero ¿qué quiere decirme Barnes con estas historias de los pioneros del vuelo con artilugios menos pesados que el aire?”. No le veía el sentido, así que puse “pausa”, cerré el libro y me dediqué apasionadamente a leer las angustiosas aventuras de Moth y Andy Candy en “El Estudiante” de John Katzenbach que ya reseñé en la anterior entrada de este blog.

Pero me quedó un “comecome” en algún rincón del celebro. Una sensación de haber fallado con Julián Barnes. De no se capaz de cogerle el pulso a “Niveles de vida”. Así que, al terminar aquel “psico-thriller”, abrí de nuevo (con una cierta rabia) el libro del escritor británico dispuesto a entenderlo. Me ayudó bastante el artículo de José Andrés Rojo en “El País”del 15 de enero de este año que califica a Barnes de “observador disperso”.

Se pregunta: “¿Crónica periodística, pieza histórica, memorias, novela, autoficción? Ya no hay manera de colocar cada cosa en su cajón, los escritores saltan de un sitio a otro, se escapan por la tangente.” (...) “El escritor es un artista de la mezcolanza, pero seguramente cada propuesta tiene su propia lógica y hay algunas que se acercan más que otras a esa excelencia que todos persiguen. Quizá por eso importe más que el afán de colgarle una definición precisa a cada libro, encontrarle la punta del hilo desde la que puede destejerse con mayor provecho la compleja trama de elementos que cada obra literaria convoca. En Niveles de vida, donde Julian Barnes se ha empeñado en subirse a un globo, y acompañar en sus viajes al coronel Burnaby, a la iconoclasta Sarah Bernhardt –cuando llovía, decía “que era demasiado flaca para mojarse; simplemente se colaría entre las gotas”, cuenta el escritor británico– y al fotógrafo Nadar, hay un momento en el que se le escapa una frase que de tan evidente produce chispazos: “Pero al elevarnos, podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves”, escribe. Y después: “Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos”.

Julián Barnes y Pat Kavanagh

La punta del hilo estaba ahí: en el amor se esconde, se agazapa, como un gen dormido, el dolor. El gran dolor (que llevó a Barnes al borde del suicidio, como él mismo confiesa) que le causó la muerte de su esposa, Pat Kavanagh, en 2008 tras una breve enfermedad de 37 días de duración.

"Muy pronto en la vida, el mundo separa crudamente a los que han conocido el sexo y a los que no lo han conocido. Más adelante, a los que han conocido el amor y a los que no lo han conocido. Más adelante aún —al menos, si tenemos suerte (o, por otra parte, si no la tenemos)—, separa a los que han sufrido aflicción y a los que no la han sufrido. Estas divisiones son absolutas; son trópicos que cruzamos.

   Estuvimos juntos treinta años. Yo tenía treinta y dos cuando nos conocimos, sesenta y dos cuando murió. El alma de mi vida; la vida de mi alma. Y aunque ella odiaba la idea de envejecer —a los veinte años pensaba que no pasaría de los cuarenta—, yo confié felizmente en la continuidad de nuestra convivencia: en que las cosas se volverían más lentas y sosegadas, en la rememoración conjunta. Me imaginaba cuidándola; hasta habría podido —aunque no lo hice— imaginarme, al igual que Nadar, que le retiraba el pelo de las sienes afásicas, que aprendía la función de la enfermera tierna (y carece de importancia el hecho de que ella hubiera detestado esta dependencia). En cambio, desde un verano hasta el otoño siguiente hubo inquietud, alarma, miedo, terror. Pasaron treinta y siete días desde el diagnóstico hasta la muerte. En todo momento procuré no mirar a otro lado, siempre intenté afrontarlo; y de ello nació una especie de lucidez demente. Casi todas las noches, cuando salía del hospital, me sorprendía mirando con rencor a los pasajeros de un autobús que simplemente volvían a su casa al final de la jornada. ¿Cómo podían estar allí sentados ociosamente, ignorantes, con aquel perfil de indiferencia, cuando el mundo estaba a punto de cambiar?"

Impresionante. Dificilmente se puede expresar mejor la aflición por la muerte de un ser querido, por la aparición del gen de la aflición dentro del amor.

Barnes instrumenta las biografías de estos aeronautas para dejar caer algunos conceptos que, en un principio, parecen incomprensibles, pero que terminas por entender.

Los pioneros de los globos hablan de que, cuando están suspendidos en el aire, por encima de las nubes "oye la vida". ¿Qué querrán decir con esa frase?. Se entiende cuando Barnes confiesa esta misma sensación con respecto a su vida en común con su esposa. Con ella "oía la vida". Se sentía vivo, lleno, completo.
Cuando el globo regresa al duro suelo, ha desaparecido esta libertad inmensa.

El físico Jacques Charles escribió: «Cuando sentí que me alejaba de la tierra, mi reacción no fue de placer, sino de felicidad.» Fue «un sentimiento moral», añadió. «Me oía vivir, por decirlo así.» La mayoría de los aeronautas experimentaban algo parecido, incluido Fred Burnaby, que procuró en principio no sucumbir al rapto.

“El aire era ligero y respirarlo delicioso, libre como estaba de las impurezas que enrarecen la atmósfera cerca del globo. Se me ensanchó el ánimo. Era agradable estar por el momento en una región donde no hay cartas ni una estafeta de correos cercana, sin preocupaciones y, sobre todo, sin telegramas.”

A bordo del Doña Sol, «la divina Sarah» está en la gloria. Descubre que por encima de las nubes «no hay silencio, sino la sombra del silencio». Siente que el globo es «el emblema de la libertad extrema», que es también la idea que casi todos los espectadores se habrían hecho de la actriz desde tierra. Félix Tournachon describe «las inmensidades silenciosas de espacio acogedor y benéfico, donde el hombre no está al alcance de ninguna fuerza humana ni ningún poder maligno, y donde se siente como si viviese por primera vez».

La otra reflexión de Barnes es que el dolor, este dolor por la muerte de un ser querido, es distinto en cada caso y que la experiencia no es transmisible.


Durante muchos años yo pensaba de vez en cuando en un relato que había leído de una novelista sobre la muerte de su marido, mayor que ella. En medio de su congoja, admitía ella, había una vocecita interior y veraz que le murmuraba: «Soy libre.» Lo recordé cuando me llegó el momento, temiendo ese susurro del apuntador que sonaría como una traición. Pero no oí esa voz, ni esas palabras. El dolor propio no arroja luz sobre el ajeno.

   La aflicción, como la muerte, es banal y única. Es decir, una comparación trivial. Cuando cambias de coche, de pronto adviertes que hay muchos otros coches de la misma marca en la carretera. Se hacen notar como nunca antes. Cuando enviudas, de repente ves que todos los viudos y viudas se te acercan. Antes habían sido más o menos invisibles, y siguen siéndolo para otros conductores, para los que no son viudos.

Es como si, de pronto cayéramos con el globo en el mar y únicamente un pobre salvavidas de corcho nos mantuviera vivos.

Hay que leer este libro para entender mejor el concepto de "aflicción": "

La aflicción es un estado humano, no médico, y aunque haya píldoras que nos ayuden a olvidarla —y todo lo demás—, no hay pastillas que la curen. Los afligidos no están deprimidos, sino sólo debida, adecuada, matemáticamente tristes («el dolor es directamente proporcional al valor de lo que hemos perdido»). "

Y en esta sincera y profunda reflexión sobre la aflicción (que es un estado) y el duelo (que es un proceso) no podría faltar el dolor añadido que tenemos los que no creemos que podamos volver a ver a la persona amada en la ultratumba. Barnes lo expresa maravillosamente:
"Cuando matamos —o exiliamos— a Dios, también nos dimos muerte. ¿Nos percatamos de ello suficientemente en su momento? Si no había Dios, no había vida de ultratumba, no existíamos nosotros. Hicimos bien, desde luego, en matar a aquel amigo nuestro tan antiguo e imaginario. Y no habría otra vida después de la muerte. Pero cortamos la rama en la que estábamos sentados. Y la vista desde allí, desde aquella altura —aunque fuese sólo un espejismo—, no estaba tan mal.".

Un último apunte. No tengo ni idea del porqué Julián Barnes tituló así su libro. "Niveles de vida" aparece en la portada y en las notas finales de explicación de los pies de página.

No se desconcentren si leen este libro. No se pierdan en las parábolas aeronáuticas que usa para apoyar su veredicto de que el amor conlleva la aflicción y sin amor ya no "oiremos la vida". Disfruten de una buena literatura y del pensamiento que encierra. 

 

 





lunes, 16 de febrero de 2015

El Estudiante. John Katzenbach, (108)

El Estudiante
John Katzenbach




Mientras intenta mantenerse alejado del alcohol, Timothy Moth Warner alterna sus clases de postgrado en la Universidad de Miami con las reuniones de un grupo de autoayuda para adictos. Su tío Ed, médico psiquiatra y alcohólico rehabilitado, es su gran apoyo moral. Preocupado porque Ed ha faltado a una cita, Moth se dirige a la consulta de su tío y lo encuentra muerto, en medio de un charco de sangre. Aparentemente, se ha disparado en la sien. Para la policía, se trata de un claro caso de suicidio y pronto da el caso por cerrado.
Sin embargo, Moth está convencido de que fue asesinado. Desolado y decidido a encontrar él mismo al asesino, busca apoyo en la única persona en la que puede confiar: Andrea Martine, que había sido su novia y a la que no ve desde hace cuatro años.
Pese a que está sumida en la depresión tras haber vivido una situación traumática, Andy no puede dejar de escucharle.
Mientras luchan contra sus demonios interiores, los dos jóvenes se irán internando en un territorio oscuro y desconocido, habitado por una mente tortuosa y vengativa que no cejará ante nada para lograr su objetivo.

 Quizás el título de esta novela debiera haber sido "Los Estudiantes" o mejor "Venganza de la venganza" (no me suena que "revenganza" esté en el diccionario ). Porque, para que lo sepan, la cosa va de culpa y de venganza.


 Esta es su última obra de una larga serie de un género que podríamos denominar "thriller psicológico ". Al principio pensaba que era un psiquiatra que escribía novelas de misterio. Pero me equivocaba. John Katzenbach es periodista de temas judiciales. La psicoanalista es su mujer, Laura.
John Katzenbach

Tiene un montón de novelas de este género y algunas se han llevado a la pantalla o a la televisión como "El Psiquiatra", quizás la más famosa en nuestro país. Personalmente, la que más me gustó fue "Un final perfecto"▪`Y ésta.

 Para comprender mejor el proceso de escritura que ha seguido en esta novela resulta muy revelador la entrevista que concedió a "El Periódico" de Catalunya. Si les interesa pueden leerla aquí.

 Siempre es peligrosa la reseña de una novela tan adictiva como ésta porque se corre el riesgo de "chafar" la historia. Así que iré con pies de plomo.

La novela tiene realmente tres protagonistas:
Moht Walter y su exnovia Andy Candy, por un lado y el asesino, por el otro. La partida a muerte se dirime, pues, entre la pareja y el denominado "5° Estudiante".

Porque todo parte de un hecho: Cinco estudiantes de la Facultad de Medicina muy competitivos y empollones, descubren que uno de ellos (el 5°) es un loco peligroso. Temiendo que dañe sus carreras, confiesan sus sospechas a su profesor preferido, Jeremy Hogan, que toma cartas en el asunto. El 5° estudiante es expulsado y recluido en un centro psiquiátrico. Treinta años más tarde pone en marcha una mortal venganza contra todos ellos, incluído el profesor. Así se suceden a lo largo de muchos meses, una serie de muertes por accidente, suicidio, mala praxis médica, etc. entre personas que, aparentemente, no tienen ninguna relación entre sí y que además viven en ciudades completamente alejadas una de la otra. En todos los casos, nadie investiga qué es lo que realmente ha pasado. Son crímenes perfectos, ejecutados con diabólica estrategia. Hasta que... una pareja de estudiantes decide que un suicidio no es un suicidio.

La mitad de la novela está dedicada a la venganza del 5º estudiante. La otra mitad es la venganza de las víctimas. Por eso decía que es una venganza que suscita a su vez, otra venganza.

Y no puedo revelarles nada más. Sólo decirles que se trata de una buena novela de suspense y que resulta difícil apagar la luz de la mesita de noche.


El peligro de estas novelas es siempre "el bache". Ya hemos hablado de ello en otras ocasiones. Tras el asesinato viene toda una larga (y a veces pesada) labor de los investigadores que se entrevistan con todos los que conocieron a la víctima,  los posibles sospechosos, etc. etc. Casi siempre todas estas gestiones no aportan ninguna luz a la investigación y así se llega a una situación de bloqueo que no se desatasca hasta que alguien  (o algo inesperado e imprevisible) rompe la situación de atasco. A partir de ahí los investigadores tiran del hilo y la acción se acelera.

En el caso de John Katzenbach siempre tiene la habilidad de que esta situación de bloqueo no se hace pesada y lueģo el acelerón es constante e imparable, pero lleno de sorpresas que son la sal de este tipo de novelas. Sin la sorpresa, el giro argumental, el hecho inesperado, no hay novela negra. Se nos conduce habilmente a imaginar un final... que nunca se produce. Esta es la clave. Sin eso, la novela es un relato.


lunes, 9 de febrero de 2015

El sonido de la vida. Alex George (107)



El sonido de la vida

Alex George
Maeva

Hanover, Alemania, 1904. Frederick y Jette son una pareja poco convencional cuyo destino se une al conocerse una cálida tarde de primavera en el parque de Grosse Garten. Frederick posee el don de la música, y, Jette, a pesar de su falta de gracia femenina, una sensibilidad especial para apreciar una delicada melodía. Al escuchar de boca de Frederick un aria de La Bohème de Puccini, reconoce en él al hombre de su vida. Poco después, Jette se queda embarazada, y ante la rotunda desaprobación de su madre, deciden huir juntos y embarcarse en el primer buque que zarpe hacia el Nuevo Mundo. El azar les lleva a Nueva Orléans. La pareja acabará instalándose en una pequeña ciudad de Misuri, donde da comienzo la gran historia de amor y supervivencia de cuatro generaciones de una misma familia.

Vayan por delante algunas consideraciones sobre esta novela:
Alguien de la editorial debió elegir esta portada. Pues bien, este "alguien" no sólo no había leído la novela, sino que ni siquiera leyó la contraportada del libro. En ningún momento aparece en el texto un violín. Los diversos protagonistas de la saga son amantes de la música coral. "A capella" o acompañados por un piano y ·el sonido", o sea esta música es un acompañante de la acción. Nada más.
En segundo lugar, debemos separar a los escritores de los narradores de historias. Alex George pertenece a este último tipo. Aquí el lector no tiene ningún problema en su lectura que es plana, clara y sin sobresaltos. No hay "regresos al pasado" ni saltos en el tiempo. Sucede una cosa, luego otra y luego otra. Y así pasan los decenios y las generaciones. Es un relato ideal para alguien que se inicia en la lectura.
En tercer lugar, lo normal es que en una narración literaria es que el interés de la trama vaya "in crescendo"- Algo así como la parábola del vino en las bodas de Canàa. La calidad del vino sube a medida que avanza la celebración. Aquí no es así. La historia verdaderamente interesante y dramática es la primera: la de Frederich y Jette que son los abuelos del narrador, los que huyen de Hannover al perdido Condado de Catlin, en Misuri. A partir de ahí, la historia decae bastante hasta el final, final, que levanta brevemente el vuelo.

Este libro puede servir para una larga lectura en caso de que su avión tenga un retraso considerable.

miércoles, 4 de febrero de 2015

"El Accidente". Linwood Barclay. (106)

El accidente


 Linwood Barclay

 Debolsillo


Glen Barber no es la única persona en el pequeño pueblo de Milfort, Connecticut, qué tiene quebraderos de cabeza. La crisis económica ha puesto su negocio de construcción en una situación más que comprometida y, después de que un misterioso incendio redujera a cenizas una de sus obras, las cosas no han hecho más que empeorar.

Su esposa, Sheila, tiene sus propios planes para sacarlos del atolladero, per entones tiene  un accidente y los sueños de prosperidad se desvanecen en una neblina de desesperación, dolor y rabia.

En busca de respuestas Glen comenzará a indagar en las circustancias del trágico accidente sólo para descubrir el lado oscuro de la idílica vecindad de Milford.


 Francamente no me gusta demasiado esta contraportada del libro de Linwood Barclay. Es demasiado escueta y, ni de lejos, refleja lo adictiva qué es la lectura de este libro.

Los lectores de este blog quizás recuerden mis comentarios sobre la anterior obra de este autor: "Sin una palabra" que fue la causante de un par de noches de insomnio. Fue una novela negra portentosa. Por eso me lancé sobre esta segunda esperando se repitiera el efecto. No ha  sido exactamente  igual, pero sí semejante.


 En esta ocasión Linwood Barclays se ha arriesgado excesivamente, cargando las tintas.
La historia es muy atractiva. Nos muestra una sociedad aparentemente perfecta pero en la que, por mor de la crisis, sus habitantes buscan desesperadamente  mantener un nivel de vida y consumo que, simplemente, no pueden permitirse. La búsqueda enloquecida de dinero, les lleva a comportamientos  cada vez más arriesgados e ilegales. Mezclarse con tramas mafiosas por parte de ciudadanos que, en otras circunstancias, hubieran representado a perfectos hombres y mujeres morales y preocupados por su sociedad... no suele conducir a buenos resultados.

La novela arranca con el asesinato de dos amas de casa de Pensilvania que se apuntan a un viaje "sólo para chicas" a Manhattan y terminan en un almacén de bolsos falsificados en el momento más inoportuno. Así descubrimos todo un tráfico de objetos falsificados (bolsos, medicamentos, DVDs, camisetas, relojes, material de construcción, etc.) provenientes de China y que se introducen en las familias de clase media mediante reuniones tipo tupperware.

El refrán de "Quién mal anda, mal acaba" es de aplicación perfecta aquí. Uno vive en una comunidad "normal" y de pronto se ve agobiado de desastres  y problemas y empieza a desconfiar de todos sus vecinos.

Primero muere en un extraño accidente la esposa del protagonista, pero pronto empiezan a sucederse más incomprensibles accidentes en un clima francamente agobiante en el que la gente lucha para salvar su casa de la ejecución de la hipoteca o la bancarrota de su empresa.

"El Accidente " tiene una enrevesada trama parecida a la que tenía "Sin una palabra". Sin embargo, peca de excederse en el "efecto sorpresa". Ya saben a lo que me refiero. A provocar lo inesperado al final de cada capítulo (y, por supuesto, al final de la novela) con lo que se consigue dejar boquiabierto al lector. Puede que se pase algo en este efecto pero también es el motivo por el que no podamos abandonar la lectura.

Es muy entretenida y tiene usted garantizado el suspense.