Escenas de un burgués en la Valencia del ochocientos
Jaime Millás
Este ingente trabajo del periodista, escritor e historiador
Jaime Millás Covas puede verse desde diferentes perspectivas: por una parte es
un emocionado homenaje a su abuelo, el autor y poeta Manuel Millás
Casanoves (1845-1914) y, por otra es un detenido y pormenorizado análisis de la
sociedad burguesa valenciana de entre siglos por medio de la historia del
teatro popular en lengua autóctona.
Manuel Millás fue un autor de obras teatrales ligeras
bastante popular y conocido en aquella Valencia que se estaba sacudiendo las
murallas que le asfixiaban y emponzoñaban. Una Valencia que despertaba a un
nuevo movimiento literario y cultural que fue la Renaixença que puso en valor
un idioma y una cultura popular que había sido menospreciada hasta aquel
momento por las clases dominantes porque lo asimilaban al habla de las capas
más iletradas y campesinas.
Por supuesto que el autor deja claro que, a pesar de su
numerosísima obra teatral, poética y periodística, Manuel Millás estaba por
debajo de autores como Eduard Escalante, Enrique Gaspar o Teodor Llorente que
fue el patriarca del movimiento y puntal de “Lo Rat Penat” que fue la revista
central en todo el cambio cultural que tuvo lugar.
Manuel Millás fue el segundo hijo de un matrimonio
bienestante del gremio de la seda; una industria de larga tradición en el
Levante que empezó a declinar en 1854 por una epidemia de pebrina en el gusano
de seda. La crisis económica de la familia obligó a los dos hermanos, Vicente y
Manuel (hay una tercera hermana, Juana, de la que se habla poco en el libro) a
echar una mano a la familia dejando a sus estudios con una menor carga de
trabajo. Pero la familia hubiera sobrevivido porque, además de la industria
tenían fincas agrícolas y terrenos en los pueblos del alrededor de Valencia.
Pero Manuel no quiso vivir de rentas y, al terminar los estudios de Bachillerato
y luego de Derecho, buscó una ocupación funcionarial en la Diputación
Provincial que le permitiera unos ingresos con los que mantener la familia y un
tiempo que le era necesario para poder desarrollar su vocación literaria de la
que, obviamente, no podía vivir.
Jaime Millás confiesa que su familia no le ha transmitido ni
un libro de memorias, ni escritos personales de su abuelo, así que el
autor se transforma en historiador (¡ y con qué intensidad!) empieza a bucear
en los archivos de los colegios y la facultad de Derecho, en al propia
Diputación que conserva toda tu vida funcionarial en una caja de cartón, y en
todas las hemerotecas y archivos históricos. Así puede hilvanar todo un relato
del trabajo (más que de la vida) de su antepasado que llegó a escribir una
numerosísima obra sobre todo sainetística.
Manuel Millás era un hombre de baja estatura (no alcanzaba
el metro sesenta según la medida de la inspección médica previa al servicio
militar del que se libró) y de cierto sobrepeso. Parece que destacaba por su
fina ironía, su sociabilidad y su escasa preocupación religiosa. Escribe Jaime
Millás:
“A medida que avanzo en
la biografía de mi tatarabuelo, descubro los rasgos de un personaje divertido,
contradictorio, irónico cuando se mostraba en público y compruebo que no
manifestaba especiales traumas si tenia la oportunidad de compartir formas
diferentes e incluso antagónicas, de entender la vida social que ofrecía la
ciudad de Valencia. El compromiso cultural y vital que proyectaba en sus obras
teatrales y poesías, parecía gustar a espectadores y lectores procedentes de
diferentes estratos sociales. Reírse hasta de su propia sombra, formaba parte
de su oficio de escritor y de su talante vital”
A mí personalmente me ha
sorprendido otro rasgo que no se cita en este párrafo pero que sí se describe
en otros lugares de este inmenso trabajo. Me refiero a su eclecticismo ante
todas las controversias políticas e históricas que le tocó vivir, en especial a
lo largo de la frustrante experiencia revolucionaria del sexenio liberal
(1868-1874). Manuel Millás era un alto funcionario de un organismo político de
enorme importancia en la vida de la ciudad y los dirigentes políticos cambiaban
de signo ideológico continuamente. El siempre se mantuvo en su lugar y tirios o
troyanos reconocieron su labor técnica y profesional y en ningún momento lo
removieron de su puesto. Era una persona que no buscaba la confrontación, sino
que, tanto en el trabajo como en la escena, anhelaba ser apreciado y
reconocido.
Y eso no debía ser nada
fácil. Por lo que he leído de los pasajes que Jaime Millás incluye en su obra,
su éxito se apoyaba en dos pilares: las confusiones de la lengua común del
pueblo (gran fuente de hilaridad y de tramas teatrales) y el tratar temas de
rotunda y absoluta actualidad. No se esconde de tratar de las situaciones
bélicas como fue el bombardeo de la ciudad en el período revolucionario o de problemas
sociales como las penurias de las clases pobres ante las tasas o la escasez de
todo. Y todo ello lo hace con profundo sentido social recubierto por el humor.
Sus obras son cortas. Era
lo que se llevaba en la época. La gente iba al teatro durante muchas horas pero
quería ver diversos espectáculos tanto teatrales como musicales. Todo tenía un
cierto aire de ligereza.
Este tono se mantuvo
durante muchos años hasta que la Restauración y una cierta censura hicieron
cambiar los gustos de la burguesía.
Los aspectos teatrales o
poéticos no debieran hacernos olvidar sus trabajos periodísticos principalmente
en “Las Provincias”, el periódico de referencia que le estuvo apoyando en todo
momento. Parece que incluso este apoyo fue decisivo para el éxito de Millás que
así brilló más que otros que quizás tuvieran más talento literario. Y es que,
antes y ahora, tener el apoyo de la prensa mayoritaria es una baza nada
desdeñable.
Quizás uno de los
capítulos más interesantes del libro es el titulado “Periodista con afanes
literarios” en el que se nos describen los avatares de diversas publicaciones
valencianas y su relación con luchas y conflictos políticos entre los
diferentes líderes conservadores. En especial es clarificadora la trayectoria
del semanario satírico “El Húsar” que tomó como diana de sus críticas al
Gobernador Civil José Botella Andrés. Tapado bajo el nombre de “El Corneta”,
Manuel Millás abandona su aparente apoliticismo y afina el lápiz de su crítica
acerba. Es una excepción en su trayectoria literaria, pero bastante indicadora
de que el autor de sainetes complacientes tenía también su aguijón.
También se glosa en la
biografía la relación que tenía con las zonas rurales, especialmente Buñol,
Mijares y Macastre (en donde se le ha rendido homenaje este verano). Estos tres
pueblos estarán siempre unidos a la familia Millás hasta el presente.
Tuve el placer de asistir
a los actos por motivo del centenario de su muerte organizados en Valencia por
la Sociedad de Autores y fue una grata sorpresa para mí comprobar que los sainetes
elegidos en la representación en lengua valenciana eran muy semejantes a los
que recuerdo de mi niñez en los veranos de Palma de Mallorca. Los acentos de
las lenguas valenciana y mallorquina tenían muchas semejanzas y las tramas,
prácticamente iguales.
En definitiva: una
maravilla de libro en todos los aspectos, incluidos los sentimentales.
Muchas gracias, Pedro, por el generoso comentario que me regalas. Tomo nota de tus interesantes observaciones. Manuel Millás fué mi bisabuelo. Esta rectificación no cambia nada el contenido de la biografia. Un abrazo. Jaime Millás.
ResponderEliminarJaime... soy Miguel MARTI de MACASTRE ME GUSTO TU COMENTARIO DE LOS VERANEANTES DE MACASTRE QUE SE COMIAN LOS IGOS..SI QUIERES VER MIS CUADROD CON VISTAS DE MACASTRE ENTRA EN MI BLOG WWW.EL SARRIERO.BLOGSPOT.COM ESPERO SEA DE TU AGRADO...MI CORREO EL SARRIERO@ YAHOO.ES
Eliminar