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lunes, 3 de octubre de 2016

La carne. Rosa Montero

La Carne
Rosa Montero



Una noche de ópera, Soledad contrata a un gigoló para que la acompañe a la función y así poder dar celos a un examante. Pero un suceso violento e imprevisto lo complica todo y marca el inicio de una relación inquietante, volcánica y tal vez peligrosa. Ella tiene sesenta años; el gigoló, treinta y dos.
Desde el humor, pero también desde la rabia y la desesperación de quien se rebela contra los estragos del tiempo, el relato de la vida de Soledad se entreteje con las historias de los escritores malditos de la exposición que está organizando para la Biblioteca Nacional.

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Una novela que me ha sorprendido en su sinceridad directa y espectacular.
Me ha interesado la historia de Soledad: sus origenes, sus obsesiones, su egocentrimos y su miedo a la decrepitud y la muerte expresada en su ansia desmedida de amor y sexo.
Pero también me han cautivado ese montón de historias de escritores y escritoras "malditos" con los que figuradamente va a confeccionar una exposición en la Biblioteca Nacional.


Guy de Maupassant, María Lejárraga, María Luisa Bombal, María Carolina Geel,  Anne Perry y muchísimos más.

Tras esta colección de “malditos” casi siempre estaba una cuestión de amor,

Rosa Montero escribe:

“Ahora que lo pensaba Soledad, casi todas las historias de sus malditos tenían que ver con la necesidad de amor, con el abismo del desamor, con la rabia y la gloria de la pasión. El amor hacía y deshacía la Historia, movilizaba las voluntades, desordenaba el mundo. Debería cambiar el título de la exposición. Sería mejor llamarla Locos de amor. De amar. De atar.”

Miedo al abandono, a la decadencia, a la vejez, a la soledad... pero también miedo a la locura. En la novela curiosamente aparecen muchos gemelos. Uno de ellos es la propia hermana de la protagonista que a los diecisiete años tuvo un brote de esquizofrenia del que no se salvó y desde entonces estaba en un psiquiátrico. Soledad se consuela pensando que una de las pocas ventajas de la vejez es que cada vez es más improbable que ella caiga en la enfermedad. En esta enfermedad. Porque ella aguarda cualquier síntoma que le indique que su fin en esta vida está próximo.
Y lo que más le duele es que este momento llegue sin que ella pueda haber entregado totalmente su capacidad de amar a otra persona:

"Sabía que su necesidad de amor no tenía fin, que su capacidad de afecto era insondable y que esa carencia le producía un dolor tan agudo que podía llegar a perder la razón."

El centro de la cuestión emocional es éste y no su relación angustiosa e impposible con el gigolo.
Al final del libro la autora (que por cierto se concede la libretad de hacer de sí misma un personaje secundario de su propia novela) pide a la gente que la lea que no revele al que pueda leerla la verdadera relación entre Soledad y Adam, su prostituto. Así que ahí lo dejo y cumplo con su deseo.

Una última cosa. Me pregunto si, en la realidad, puede existir una mujer de sesenta años con esa voracidad sexual. Sólo es una cuestión retórica.





1 comentario:

  1. Hace poco leí otro libro de Rosa Montero, "La ridícula idea...", y después de bastante tiempo que no leía nada de ella, exceptuando artículos en prensa, me agradó reeencontrarme con sus novelas. Así que este último espero leerlo, y averiguar la verdadera relación de los personajes.
    Un abrazo

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