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miércoles, 18 de febrero de 2015

Niveles de vida. Julián Barnes. (109)

Niveles de vida

Julián Barnes
Anagrama



«Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.»
El libro arranca con esta reflexión y en efecto reúne tres historias aparentemente inconexas que acaban mostrando secretos y sutiles lazos. Niveles de vida habla de la aventura de vivir, de los retos imposibles, del amor que todo lo desborda y del dolor de la pérdida. Y lo hace entretejiendo tres piezas independientes. La primera nos habla de los pioneros de la conquista del cielo con los globos aerostáticos y de las iniciales tentativas de fotografías aéreas realizadas por Nadar, aspirando a ser el ojo de Dios. La segunda historia retoma a un personaje de la anterior, el coronel británico Fred Burnaby —bohemio, aventurero y viajero, que murió en Jartum—, del que se relata su pasión por la legendaria actriz Sarah Bernhardt. La tercera parte salta en el tiempo del siglo XIX al XX y de las historias ajenas a la propia: la muerte de su esposa. No es la primera vez que Julian Barnes experimenta con las formas literarias. En este caso la ruptura con la narrativa más tradicional está al servicio de una aventura literaria de gran calado: indagar, huyendo del sentimentalismo, en el dolor causado por la pérdida del ser amado, adentrarse con las armas de la gran literatura en el territorio de la aflicción. El resultado es un libro deslumbrante, que rompe las barreras de los géneros y consigue una hondura y una belleza iluminadoras.


Seguro que a ustedes les ha pasado alguna vez: empiezan un libro con muchísimo interés (se trata de un clásico, o un escritor muy laureado) y de pronto se sienten agobiados. No comprenden el sentido de lo que están leyendo. "Habré leído demasiado deprisa" -se dicen-. "Empecemos de nuevo más sosegadamente". Pero nada. "No sé de qué va este autor" -vuelven a pensar con un cierto grado de frustración- Y es entonces cuando se impone una pausa en esa lectura o el abandono definitivo de la misma si se tercia.

Eso es lo que me pasó al inicio de “Niveles de vida”. 
Nadie puede negar que Julián Barnes es uno de los “grandes” de la literatura mundial. Cuando obtuvo el Premio Booker con “El sentido de un final” una gran parte de la crítica confesó su desconcierto. Aquella novela tenía dos partes. En la primera se narraba la vida retrospectiva del protagonista y en la segunda se reflexionaba sobre cuestiones tales como las trampas de la memoria, las dificultades en la entrada en la madurez en los años sesenta, etc. Pero resultaba dificultoso para el lector la conexión entre ambas partes.

Con “Niveles de vida” sucede algo semejante. El libro empieza con las biografías de una serie de famoso pioneros de los vuelos aerostáticos: Jacques Charles, el físico que primero se alzó del suelo con un globo de hidrógeno en el 1º de diciembre de 1783; el coronel inglés Fred Burnaby y su amante la famosa actriz Sarah Bernhardt– y un fotógrafo –Félix Tournachon, más conocido como Nadar.

Todos estos personajes existieron aunque no estoy muy seguro que sus reflexiones sobre las sensaciones que tuvieron al abandonar el suelo colgados de una cesta de un globo aerostático sean las que realmente experimentaron. 
“Bien –me preguntaba al leer estas biografías- pero ¿qué quiere decirme Barnes con estas historias de los pioneros del vuelo con artilugios menos pesados que el aire?”. No le veía el sentido, así que puse “pausa”, cerré el libro y me dediqué apasionadamente a leer las angustiosas aventuras de Moth y Andy Candy en “El Estudiante” de John Katzenbach que ya reseñé en la anterior entrada de este blog.

Pero me quedó un “comecome” en algún rincón del celebro. Una sensación de haber fallado con Julián Barnes. De no se capaz de cogerle el pulso a “Niveles de vida”. Así que, al terminar aquel “psico-thriller”, abrí de nuevo (con una cierta rabia) el libro del escritor británico dispuesto a entenderlo. Me ayudó bastante el artículo de José Andrés Rojo en “El País”del 15 de enero de este año que califica a Barnes de “observador disperso”.

Se pregunta: “¿Crónica periodística, pieza histórica, memorias, novela, autoficción? Ya no hay manera de colocar cada cosa en su cajón, los escritores saltan de un sitio a otro, se escapan por la tangente.” (...) “El escritor es un artista de la mezcolanza, pero seguramente cada propuesta tiene su propia lógica y hay algunas que se acercan más que otras a esa excelencia que todos persiguen. Quizá por eso importe más que el afán de colgarle una definición precisa a cada libro, encontrarle la punta del hilo desde la que puede destejerse con mayor provecho la compleja trama de elementos que cada obra literaria convoca. En Niveles de vida, donde Julian Barnes se ha empeñado en subirse a un globo, y acompañar en sus viajes al coronel Burnaby, a la iconoclasta Sarah Bernhardt –cuando llovía, decía “que era demasiado flaca para mojarse; simplemente se colaría entre las gotas”, cuenta el escritor británico– y al fotógrafo Nadar, hay un momento en el que se le escapa una frase que de tan evidente produce chispazos: “Pero al elevarnos, podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves”, escribe. Y después: “Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos”.

Julián Barnes y Pat Kavanagh

La punta del hilo estaba ahí: en el amor se esconde, se agazapa, como un gen dormido, el dolor. El gran dolor (que llevó a Barnes al borde del suicidio, como él mismo confiesa) que le causó la muerte de su esposa, Pat Kavanagh, en 2008 tras una breve enfermedad de 37 días de duración.

"Muy pronto en la vida, el mundo separa crudamente a los que han conocido el sexo y a los que no lo han conocido. Más adelante, a los que han conocido el amor y a los que no lo han conocido. Más adelante aún —al menos, si tenemos suerte (o, por otra parte, si no la tenemos)—, separa a los que han sufrido aflicción y a los que no la han sufrido. Estas divisiones son absolutas; son trópicos que cruzamos.

   Estuvimos juntos treinta años. Yo tenía treinta y dos cuando nos conocimos, sesenta y dos cuando murió. El alma de mi vida; la vida de mi alma. Y aunque ella odiaba la idea de envejecer —a los veinte años pensaba que no pasaría de los cuarenta—, yo confié felizmente en la continuidad de nuestra convivencia: en que las cosas se volverían más lentas y sosegadas, en la rememoración conjunta. Me imaginaba cuidándola; hasta habría podido —aunque no lo hice— imaginarme, al igual que Nadar, que le retiraba el pelo de las sienes afásicas, que aprendía la función de la enfermera tierna (y carece de importancia el hecho de que ella hubiera detestado esta dependencia). En cambio, desde un verano hasta el otoño siguiente hubo inquietud, alarma, miedo, terror. Pasaron treinta y siete días desde el diagnóstico hasta la muerte. En todo momento procuré no mirar a otro lado, siempre intenté afrontarlo; y de ello nació una especie de lucidez demente. Casi todas las noches, cuando salía del hospital, me sorprendía mirando con rencor a los pasajeros de un autobús que simplemente volvían a su casa al final de la jornada. ¿Cómo podían estar allí sentados ociosamente, ignorantes, con aquel perfil de indiferencia, cuando el mundo estaba a punto de cambiar?"

Impresionante. Dificilmente se puede expresar mejor la aflición por la muerte de un ser querido, por la aparición del gen de la aflición dentro del amor.

Barnes instrumenta las biografías de estos aeronautas para dejar caer algunos conceptos que, en un principio, parecen incomprensibles, pero que terminas por entender.

Los pioneros de los globos hablan de que, cuando están suspendidos en el aire, por encima de las nubes "oye la vida". ¿Qué querrán decir con esa frase?. Se entiende cuando Barnes confiesa esta misma sensación con respecto a su vida en común con su esposa. Con ella "oía la vida". Se sentía vivo, lleno, completo.
Cuando el globo regresa al duro suelo, ha desaparecido esta libertad inmensa.

El físico Jacques Charles escribió: «Cuando sentí que me alejaba de la tierra, mi reacción no fue de placer, sino de felicidad.» Fue «un sentimiento moral», añadió. «Me oía vivir, por decirlo así.» La mayoría de los aeronautas experimentaban algo parecido, incluido Fred Burnaby, que procuró en principio no sucumbir al rapto.

“El aire era ligero y respirarlo delicioso, libre como estaba de las impurezas que enrarecen la atmósfera cerca del globo. Se me ensanchó el ánimo. Era agradable estar por el momento en una región donde no hay cartas ni una estafeta de correos cercana, sin preocupaciones y, sobre todo, sin telegramas.”

A bordo del Doña Sol, «la divina Sarah» está en la gloria. Descubre que por encima de las nubes «no hay silencio, sino la sombra del silencio». Siente que el globo es «el emblema de la libertad extrema», que es también la idea que casi todos los espectadores se habrían hecho de la actriz desde tierra. Félix Tournachon describe «las inmensidades silenciosas de espacio acogedor y benéfico, donde el hombre no está al alcance de ninguna fuerza humana ni ningún poder maligno, y donde se siente como si viviese por primera vez».

La otra reflexión de Barnes es que el dolor, este dolor por la muerte de un ser querido, es distinto en cada caso y que la experiencia no es transmisible.


Durante muchos años yo pensaba de vez en cuando en un relato que había leído de una novelista sobre la muerte de su marido, mayor que ella. En medio de su congoja, admitía ella, había una vocecita interior y veraz que le murmuraba: «Soy libre.» Lo recordé cuando me llegó el momento, temiendo ese susurro del apuntador que sonaría como una traición. Pero no oí esa voz, ni esas palabras. El dolor propio no arroja luz sobre el ajeno.

   La aflicción, como la muerte, es banal y única. Es decir, una comparación trivial. Cuando cambias de coche, de pronto adviertes que hay muchos otros coches de la misma marca en la carretera. Se hacen notar como nunca antes. Cuando enviudas, de repente ves que todos los viudos y viudas se te acercan. Antes habían sido más o menos invisibles, y siguen siéndolo para otros conductores, para los que no son viudos.

Es como si, de pronto cayéramos con el globo en el mar y únicamente un pobre salvavidas de corcho nos mantuviera vivos.

Hay que leer este libro para entender mejor el concepto de "aflicción": "

La aflicción es un estado humano, no médico, y aunque haya píldoras que nos ayuden a olvidarla —y todo lo demás—, no hay pastillas que la curen. Los afligidos no están deprimidos, sino sólo debida, adecuada, matemáticamente tristes («el dolor es directamente proporcional al valor de lo que hemos perdido»). "

Y en esta sincera y profunda reflexión sobre la aflicción (que es un estado) y el duelo (que es un proceso) no podría faltar el dolor añadido que tenemos los que no creemos que podamos volver a ver a la persona amada en la ultratumba. Barnes lo expresa maravillosamente:
"Cuando matamos —o exiliamos— a Dios, también nos dimos muerte. ¿Nos percatamos de ello suficientemente en su momento? Si no había Dios, no había vida de ultratumba, no existíamos nosotros. Hicimos bien, desde luego, en matar a aquel amigo nuestro tan antiguo e imaginario. Y no habría otra vida después de la muerte. Pero cortamos la rama en la que estábamos sentados. Y la vista desde allí, desde aquella altura —aunque fuese sólo un espejismo—, no estaba tan mal.".

Un último apunte. No tengo ni idea del porqué Julián Barnes tituló así su libro. "Niveles de vida" aparece en la portada y en las notas finales de explicación de los pies de página.

No se desconcentren si leen este libro. No se pierdan en las parábolas aeronáuticas que usa para apoyar su veredicto de que el amor conlleva la aflicción y sin amor ya no "oiremos la vida". Disfruten de una buena literatura y del pensamiento que encierra. 

 

 





5 comentarios:

  1. gracias por recomendar este libro!!! Lo necesitaba leer sin ninguna duda!!!

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  2. Wow, padrísima reseña de uno de mis mejores libros, gracias.

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    1. Muchas gracias por el comentario. Te recomiendo lo s últimos que ha publicado.
      Un saludo

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  3. libro maravilloso, cuando uno lo lee..cambia uno y cambia el mundo !!

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    1. Muchas gracias por el comentario que comparto totalmente. Fue uno de los primeros libros que leí de él y esa idea de que, a menudo, el amor esconde el dolor me golpeó como una maza.
      Te recomiendo leer "Pulso".
      Un saludo

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