El tiempo es un canalla
Jennifer Egan
Editorial Minúscula
En plena crisis de madurez, Bennie Salazar, que en los setenta formó parte de una banda de punk y ahora es un alto ejecutivo de la decadente industria discográfica, se echa copos de oro en el café para recuperar el apetito sexual. Sasha, su asistente después de haber viajado mucho y no siempre en circunstancias felices, se trata de su cleptomanía con un psicoanalista que viste jerséis estrambóticos. En torno a ellos se despliega una variopinta red de personajes, desde una relaciones públicas que intenta lavarle la cara a un general genocida hasta un periodista que ha estado en prisión por abusar de una estrella de cine adolescente. Con el rock palpitando en cada una de sus páginas, El tiempo es un canalla es un entramado fascinador que pasa por lugares como Nueva York, San Francisco, Kenia, Nápoles o el desierto de California, y cubre un período que va de los años setenta hasta el 2020. La mirada punzante de Jennifer Egan aúna lo cómico y lo trágico, y consigue que los fragmentos de tiempos y espacios dispersos converjan en una novela polifónica e innovadora que recurre a técnicas narrativas insólitas para acabar trazando un lúcido retrato de la era digital. Premio Pulitzer 2011.
No tengo palabras tras leerlo.
Si creen que estamos ante una
novela cualquiera de una autora desconocida, se equivocan como me equivoqué yo
cuando la elegí como lectura de este extraño mes de agosto.
“El tiempo es un canalla” ha
acumulado premios como un general acumula medallas: Finalista del National Book
Award, ganador del Premio Pulitzer en 2011, ganador del Natonal Book Critics
Circle Award en 2011, finalista del Premio Faulkner y de Los Angeles Times Book
Award también en este año. Incluso la revista Time incluyó a Jennifer Egan
entre las personas más influyentes del mundo. Y yo sin enterarme.
Pero con todas estas
medallas, ha sido un libro decepcionante para mí. Quizás en otro momento no me
hubiera sentido así y es posible que esta opinión no coincida con la de algunos
de mis lectores.
Les digo de qué va. Trece
personajes cuentan sus vidas desde el punto A al punto B. Es decir, desde el
momento en que son jóvenes, alocados, llenos de planes y esperanzas, pletóricos
de deseos y de experiencias, a... seres frustrados, perdedores, supervivientes
y acabados.
Lo expresa muy bien una frase
de un músico del grupo The Conduits que fue famoso en su momento:
“El disco se llama A to B,
¿no? —dijo Bosco—. Pues esa es la pregunta que quiero plantear sin rodeos:
¿cómo he pasado de ser una estrella de rock a convertirme en un gordo que no le
importa a nadie? No tiene sentido fingir que no es así.”
Entre A y B ha pasado el
tiempo, Y el tiempo se ha comportado con ellos como un canalla.
Los trece personajes
discurren adelante y atrás en ese tiempo entre los dos extremos y algunas veces
interaccionan entre sí, pero todos, en algún momento, han tenido contacto con
Bennie Salazar, un hispano (que no se considera tal) que empieza en un grupo
musical (que nunca alcanza el más mínimo renombre) y acaba siendo un productor
musical que va por el mundo en limusina.
Bennie parece ser el protagonista de
la novela. Y digo “parece” porque es una novela llena de protagonistas. Porque
cada capítulo tiene si propio hilo conductor y su exclusivo desarrollo. Los
personajes se mueven entre sí de una forma no coordinada, en un batiburrillo en
el tiempo. Un crítico ha dicho que esta novela deja una sensación extraña en el
lector, como si nos enfrentáramos a un frigorífico ajeno lleno de post-its y
tuviéramos que descubrir quienes viven ahí.
Jennifer Egan se apunta al
estilo moderno de la literatura norteamericana que da por sentado que el lector
es una persona listísima que captará inmediatamente todos los meandros, giros y
guiños que el autor le presenta. La sensación que en realidad tiene el lector
es que se ha perdido cinco o seis veces a lo largo de la lectura y se siente
completamente huérfano.
Ya me pasó con “EL Jilguero”
de Donna Tard, el Premio Pulitzer de este año. Todo el mundo lo alaba y lo
jalea, pero mi pobre espíritu lo encontró un verdadero peñazo.
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