El día de mañana
Ignacio Martínez de Pisón
Seix Barral
Así lo he visto
Supongo que hay un montón de
razones por las que te atrapa o te gusta un libro y podremos estar o no de
acuerdo con muchas de ellas, pero hay una en la que probablemente todos
podremos coincidir: nos gusta que en la narración aparezcan lugares que
conocemos y que forman parte de nuestros recuerdos. De la misma manera, nos
atraen historias que hablan de sucesos históricos que hemos vivido
personalmente. Al fin y a la postre, una novela es un viaje que el autor nos
propone y lo recorremos con gusto si la historia, en alguna forma, coincide con
nuestra propia y personal historia.
“El día de mañana” se
desarrolla en Barcelona entre la década de los cincuenta y el inicio de la
Transición. Un período de unos veinticinco años y unos lugares en los que me
tocó vivir. Nada, pues, de lo que aquí se cuenta me es ajeno, sino por el
contrario, es muy próximo. No es lo mismo imaginarte la vida en un pueblo
perdido en el Medio Oeste Americano que recorrer las calles de una ciudad en la
que has vivido, padecido, luchado y amado. Por eso me ha atrapado esta novela.
Lo del título supongo que
tiene relación con algo que todos hemos pensado los que hemos vivido los
últimos años del franquismo. Mientras Franco estaba en plena forma, por decirlo
de alguna forma, todos sabíamos cuales eran las reglas para sobrevivir. Tanto
los que estaban a favor del Régimen, como los que estaban en contra. Pero
cuando se acercaba el final intuíamos que había que ir con más cuidado porque
“el día de mañana”, ese día sin fecha, las cosas serían diferentes y el
perseguido podría ser el cazador. Por lo menos los así debían pensar seguro los
de la Brigada Político Social de la Avenida Layetana. Los que tenían en los
calabozos, el día de mañana podían ser Ministros o Directores Generales. Todo
este ambiente y este miedo a lo que sucedería cuando “se cumplieran las
previsiones sucesorias” (¡menudo lenguaje empleábamos!) está perfectamente
plasmado en este libro. Un párrafo me pareció bastante explícito de lo que
pasaba:
“El resto de la gente estaba
a verlas venir: pobres o ricos, viejos o jóvenes, catalanes o no... Si al cabo
de un tiempo convenía seguir siendo franquistas, lo seguirían siendo y, si
había que hacerse demócratas, pues se harían demócratas, y punto. Luego, tras
la muerte de Franco, parecía que todo el mundo era demócrata de toda la vida.
Salían demócratas de debajo de las piedras... ¿De verdad crees que, si hubiera
habido tanto demócrata y tanto antifranquista, el régimen habría acabado como
acabó, con Franco muriendo de viejo y en la cama? “
Martínez de Pisón ha usado
una arquitectura peculiar para construir esta novela. Lo que le ocurre a Justo
Gil, el protagonista de la historia, es explicado por más de una docena de
personajes que, en algún momento lo conocieron o lo sufrieron ya que estamos
hablando del “Rata”, un confidente de un policía de la Brigada Político Social
que se encargaba de la represión de todos los disidentes al Régimen. Con esta
técnica no sólo conocemos a Justo, sino que también conocemos las historias de
todos estos personajes secundarios (unos más secundarios que otros) con lo que
nos hacemos una idea más completa del conjunto del cuadro.
Justo Gil no es sólo un
chivato. Uno de los personajes lo describe así: “Era un hombre complejo,
profundo, con algo de iluminado y de santón”. ¿Era una mala persona?.
Indudablemente sus actos son los de un aprovechado, un estafador, un trepa, un
traidor. Pero también son los de un superviviente, un incauto capaz de creer que
unas sanadoras podrían devolverle la salud a su madre que había sufrido un
ictus que la dejó en un estado vegetativo o un iluso que pensaba que podría
redimirse profundizando más en su propia degradación moral.
Martínez de Pisón ha creado un personaje complejo, poliédrico y con una moral al margen de la moral corriente de los seres humanos. Un personaje de los que uno no se olvida.
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