La vida instrucciones de uso
Georges Perec
Anagrama
Sobre este libro
En el blog de Adolfo Vázquez
Rocca se lee: “Una lista de las pinturas colgadas en una galería de arte, 81
variaciones sobre una receta de cocina para principiantes, una simple
enumeración de cosas o de suposiciones, una serie de datos precisos acerca de
sucesos intrascendentes, no parecen configurar la estructura ideal para el
trabajo de un escritor.
¿Qué interés artístico puede
tener la simple enumeración de algunas de las infinitas posibilidades de
ordenar los libros de una biblioteca...? Es difícil que un amante de los
crucigramas, los acrósticos y las fugas de vocales pueda llegar a considerar a
estos trabajosos pasatiempos como formas literarias. Sin embargo en obras como
La vida instrucciones de uso Georges Perèc, escritor y trapecista, escritor de
culto y amigo de Ruiz, demuestra a través de una sucesión de descripciones
—articuladas según el arte combinatoria— una apasionante forma de describir el
universo partiendo sólo de lo hallado en una casa.”.
Y en el blog “Libros de
mentira” (que suele ser un blog serio) leo que se supone que este libro es uno
de los más importantes de la segunda parte del siglo XX.
Por lo anterior y por muchas
más críticas que leí (y que no reseño para no ser pesado), elegí este libro con
interés e ilusión.
Lo que me ha parecido el
libro
Supongo que debo confesar unos
pecados literarios y pedir perdón públicamente como hacían los cristianos
primitivos: No fui capaz de terminar el “Ulises” de James Joyce. Tampoco pude
con “Rayuela” de Julio Cortazar. Y ahora, para colmo de mi degradado gusto
literario, tampoco he podido con este libro que, por lo visto es el “no va más”
de la literatura postmodernista.
No tengo ninguna disculpa
ante ello. Debería haberme entrenado antes leyendo, por ejemplo, los catálogos
de varias subastas de Sotheby’s. A lo mejor entonces hubiera podido entender
algo del universo que quiere enseñarnos George Perec.
He aquí un pequeño ejemplo
del grado de descripción del contenido de un piso:
“El salón de la señora de
Beaumont está casi enteramente ocupado por un gran piano de concierto, en cuyo
atril se puede ver la partitura cerrada de una famosa canción americana, Gertrude
of Wyoming, compuesta por Arthur Stanley Jefferson. Un hombre viejo, sentado
delante del piano, con la cabeza cubierta con un pañuelo de nailon de color
naranja, se dispone a afinarlo.
En el rincón de la izquierda
hay un gran sillón moderno, hecho con una gigantesca semiesfera de plexiglás
ceñida de acero y montada sobre una base de metal cromado. A un lado, sirve de
mesa un bloque de mármol de sección octogonal; encima de ella hay un encendedor
de acero y un macetero cilíndrico del que emerge un roble enano, uno de esos bonzai japoneses,
cuyo crecimiento ha sido controlado, frenado y modificado hasta tal punto que
presenta todos los signos de la madurez e incluso de la vejez sin haber
prácticamente crecido, y cuya perfección, al decir de quienes los cultivan,
depende menos de los cuidados materiales que se les prodigan que de la
concentración meditativa que les dedican sus cultivadores.
Muy cerca del sillón,
directamente sobre el parquet de tono claro, hay un puzzle de madera, cuyos
cuatro lados están prácticamente reconstruidos. En el tercio inferior derecho
se han unido unas cuantas piezas suplementarias: representan la cara ovalada de
una muchacha dormida; sus cabellos rubios enroscados en forma de corona sobre
la frente se mantienen gracias a un par de cintas trenzadas; su mejilla
descansa sobre la mano derecha, cerrada como una caracola, como si escuchara
algo en sueños.
A la izquierda del puzzle,
una bandeja decorada sostiene una jarrita de café, una taza con su platillo y
un azucarero de plata inglesa. La escena pintada en la bandeja queda
parcialmente tapada por esos tres objetos; con todo, se distinguen dos
detalles: a la derecha un niño con un pantalón bordado se inclina al borde de
un río; en el centro, una carpa, fuera del agua, brinca a la extremidad de un
sedal; el pescador y los demás personajes permanecen invisibles.
Delante del puzzle y de la
bandeja, varios libros, cuadernos y clasificadores están esparcidos por el
parquet. Se puede leer el título de uno de los libros: Normas de seguridad
en minas y canteras. Un clasificador está abierto por una página parcialmente
cubierta de ecuaciones escritas con letra fina y apretada:
Si f ª Hom (,)
(resp. g ª Hom (,)) es un morfismo homogéneo cuyo grado es la matriz (resp.), f o g es
homogéneo y su grado es la matriz producto.
Sean = (ij), l i m, l j n;
= (kl), l k n, l 1 p (|| = p), las
matrices consideradas. Supongamos que es f = (f1,…, fm), g =
(g1,…, gn), y sea h un morfismo h = (h1,…, hp).
Sea por último (a) = (a1,…, ap)
un elemento de AP. Evaluemos para todo índice i entre l y m (||= m)
el morfismo:
xi = fi o g o
(a1h1,…, aphp). Se verifica primero:
xi = fi o (al1l… ap1pgl,…, alil… apip gi,…, appl… alpp, gp)
oh, luego
xi = alilil +… aij ajl …+ ainnl … alilij +…
+ ajnlj… + apilip +…fi o g o hf o g
verifica pues la igualdad de
homogeneidad de grado ([1.2.2.]).
Las paredes del salón están
esmaltadas de blanco. De ellas cuelgan varios carteles. Uno representa cuatro
frailes de cara golosa sentados a una mesa alrededor de un camembert en
cuya etiqueta cuatro frailes de cara golosa -los mismos- vuelven a estar sentados
a una mesa. La escena se repite distintamente hasta la cuarta vez.”
Lo siento. Es superior a mi
paciencia.
El ardor de la sangre
Irène Némirovsky
Salamandra
Contraportada de la editorial
Novela intimista y
conmovedora, «El ardor de la sangre» constituye todo un hallazgo que confirma a
Irène Némirovsky entre los autores europeos más destacados del siglo XX. Todo
ocurre en una tranquila villa de provincias francesa, a principios de los años
treinta. Silvio, el narrador, ha dilapidado su fortuna recorriendo mundo. A los
sesenta años, sin mujer ni hijos, sólo le queda esperar la muerte mientras se
dedica a observar la comedia humana en este rincón de Francia donde,
aparentemente, nunca sucede nada. Un día, sin embargo, una muerte trágica
quiebra la placidez de esa sociedad cerrada y hierática. A partir de allí,
emergen uno tras otro los secretos del pasado, hechos ocultados cuidadosamente
que demuestran cómo la pasión juvenil, ese ardor de la sangre, puede trastornar
el curso de la vida. Como en el juego de las cajas chinas, las confesiones se
suceden hasta llegar a una última y perturbadora revelación. Con un tono
intenso y sosegado, Némirovsky utiliza el espejo sereno y frío de la edad
madura para reflejar el impulso fogoso y los excesos de la juventud, en agudo
contraste con el sofocante ambiente provinciano de sobreentendidos, sospechas y
silencios que la autora describe con esa particular mezcla de lucidez y
compasión que caracteriza su obra.
Por qué he disfrutado tanto
con este librito
Siempre me ha gustado Irène
Némirovsky, pero esta obrita se me había pasado por alto hasta que una buena
amiga y lectora voraz me la recomendó. Ha compensado de sobras la frustración
que me produjo el señor Perec.
Veamos por qué.
En primer lugar diría que “El
ardor de la sangre” es una forma hermosa de decir “la pasión de la juventud”.
No sólo la pasión que se desencadena con la atracción sexual, sino todo lo que
la rodea.
Fíjense en lo sugerente de la portada.
La visión de lo que va a
ocurrir (se supone que ocultamente) debajo de una mesa en la que están sentados
un hombre y una mujer. Da igual que, por la indumentaria, uno suponga que
sucede a finales de los años veinte. El ardor, la pasión y el frenesí son tan
eternos como el ser humano.
Pero la novela no trata
exactamente del ardor de la sangre, sino del recuerdo que uno (ya mayor y con la sangre mucho más apaciguada)
tiene de la pasión que un día sintió.
¿Recordáis amigos y amigas el
temblor de todo el cuerpo al juguetear con los pies de la persona amada bajo
una mesa mientras intentáis mantener la compostura y la imperturbabilidad a los
ojos del resto de los comensales?. ¿Recordáis la sensación del batir del corazón
desbocado?. Yo sí y creo que no soy el único.
Un hombre mayor. Solo y
ensimismado. Aislado en un pueblo de gentes individualistas, cerradas e
insolidarias para las que la felicidad consiste en que “todo esté tranquilo” y
en “no meterse en problemas”. Es decir, que las cosas sucedan de puertas para
afuera y, cuando no es así, saber mantener la boca cerrada y actuar como si
nada ocurriera.
Este hombre de pronto choca
violentamente con el recuerdo de una pasión extinguida. Y choca cuando escucha
a la mujer que fue el objeto de aquel ardor negar que existiera aquella pasión.
¡Miente!, se rebela y lo
recuerda todo.
Fantástica novela en la que Irène
Némirovsky nos lleva poco a poco al descubrimiento sucesivo de secretos de una
aparente perfecta familia en la que, aparentemente, nunca existió un desvarío,
un frenesí o un ardor de la sangre.
Se la recomiendo
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