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domingo, 6 de abril de 2014

Una decepción y una joyita (53)



La vida instrucciones de uso

Georges Perec
Anagrama

Sobre este libro
En el blog de Adolfo Vázquez Rocca se lee: “Una lista de las pinturas colgadas en una galería de arte, 81 variaciones sobre una receta de cocina para principiantes, una simple enumeración de cosas o de suposiciones, una serie de datos precisos acerca de sucesos intrascendentes, no parecen configurar la estructura ideal para el trabajo de un escritor. 
¿Qué interés artístico puede tener la simple enumeración de algunas de las infinitas posibilidades de ordenar los libros de una biblioteca...? Es difícil que un amante de los crucigramas, los acrósticos y las fugas de vocales pueda llegar a considerar a estos trabajosos pasatiempos como formas literarias. Sin embargo en obras como La vida instrucciones de uso Georges Perèc, escritor y trapecista, escritor de culto y amigo de Ruiz, demuestra a través de una sucesión de descripciones —articuladas según el arte combinatoria— una apasionante forma de describir el universo partiendo sólo de lo hallado en una casa.”.
Y en el blog “Libros de mentira” (que suele ser un blog serio) leo que se supone que este libro es uno de los más importantes de la segunda parte del siglo XX.

Por lo anterior y por muchas más críticas que leí (y que no reseño para no ser pesado), elegí este libro con interés e ilusión.

Lo que me ha parecido el libro
Supongo que debo confesar unos pecados literarios y pedir perdón públicamente como hacían los cristianos primitivos: No fui capaz de terminar el “Ulises” de James Joyce. Tampoco pude con “Rayuela” de Julio Cortazar. Y ahora, para colmo de mi degradado gusto literario, tampoco he podido con este libro que, por lo visto es el “no va más” de la literatura postmodernista.
No tengo ninguna disculpa ante ello. Debería haberme entrenado antes leyendo, por ejemplo, los catálogos de varias subastas de Sotheby’s. A lo mejor entonces hubiera podido entender algo del universo que quiere enseñarnos George Perec.

He aquí un pequeño ejemplo del grado de descripción del contenido de un piso:
“El salón de la señora de Beaumont está casi enteramente ocupado por un gran piano de concierto, en cuyo atril se puede ver la partitura cerrada de una famosa canción americana, Gertrude of Wyoming, compuesta por Arthur Stanley Jefferson. Un hombre viejo, sentado delante del piano, con la cabeza cubierta con un pañuelo de nailon de color naranja, se dispone a afinarlo.
En el rincón de la izquierda hay un gran sillón moderno, hecho con una gigantesca semiesfera de plexiglás ceñida de acero y montada sobre una base de metal cromado. A un lado, sirve de mesa un bloque de mármol de sección octogonal; encima de ella hay un encendedor de acero y un macetero cilíndrico del que emerge un roble enano, uno de esos bonzai japoneses, cuyo crecimiento ha sido controlado, frenado y modificado hasta tal punto que presenta todos los signos de la madurez e incluso de la vejez sin haber prácticamente crecido, y cuya perfección, al decir de quienes los cultivan, depende menos de los cuidados materiales que se les prodigan que de la concentración meditativa que les dedican sus cultivadores.
Muy cerca del sillón, directamente sobre el parquet de tono claro, hay un puzzle de madera, cuyos cuatro lados están prácticamente reconstruidos. En el tercio inferior derecho se han unido unas cuantas piezas suplementarias: representan la cara ovalada de una muchacha dormida; sus cabellos rubios enroscados en forma de corona sobre la frente se mantienen gracias a un par de cintas trenzadas; su mejilla descansa sobre la mano derecha, cerrada como una caracola, como si escuchara algo en sueños.
A la izquierda del puzzle, una bandeja decorada sostiene una jarrita de café, una taza con su platillo y un azucarero de plata inglesa. La escena pintada en la bandeja queda parcialmente tapada por esos tres objetos; con todo, se distinguen dos detalles: a la derecha un niño con un pantalón bordado se inclina al borde de un río; en el centro, una carpa, fuera del agua, brinca a la extremidad de un sedal; el pescador y los demás personajes permanecen invisibles.
Delante del puzzle y de la bandeja, varios libros, cuadernos y clasificadores están esparcidos por el parquet. Se puede leer el título de uno de los libros: Normas de seguridad en minas y canteras. Un clasificador está abierto por una página parcialmente cubierta de ecuaciones escritas con letra fina y apretada:

Si f ª Hom (,) (resp. g ª Hom (,)) es un morfismo homogéneo cuyo grado es la matriz (resp.), f o g es homogéneo y su grado es la matriz producto.
Sean = (ij), l i m, l j n; = (kl), l k n, l 1 p (|| = p), las matrices consideradas. Supongamos que es f = (f1,…, fm), g = (g1,…, gn), y sea h un morfismo h = (h1,…, hp).
Sea por último (a) = (a1,…, ap) un elemento de AP. Evaluemos para todo índice i entre l y m (||= m) el morfismo:
xi = fi o g o (a1h1,…, aphp). Se verifica primero:
xi = fi o (al1l… ap1pgl,…, alil… apip gi,…, appl… alpp, gp) oh, luego
xi = alilil +… aij ajl …+ ainnl … alilij +… + ajnlj… + apilip +…fi o g o hf o g
verifica pues la igualdad de homogeneidad de grado ([1.2.2.]).

Las paredes del salón están esmaltadas de blanco. De ellas cuelgan varios carteles. Uno representa cuatro frailes de cara golosa sentados a una mesa alrededor de un camembert en cuya etiqueta cuatro frailes de cara golosa -los mismos- vuelven a estar sentados a una mesa. La escena se repite distintamente hasta la cuarta vez.”

Lo siento. Es superior a mi paciencia.


El ardor de la sangre

Irène Némirovsky
Salamandra

Contraportada de la editorial
Novela intimista y conmovedora, «El ardor de la sangre» constituye todo un hallazgo que confirma a Irène Némirovsky entre los autores europeos más destacados del siglo XX. Todo ocurre en una tranquila villa de provincias francesa, a principios de los años treinta. Silvio, el narrador, ha dilapidado su fortuna recorriendo mundo. A los sesenta años, sin mujer ni hijos, sólo le queda esperar la muerte mientras se dedica a observar la comedia humana en este rincón de Francia donde, aparentemente, nunca sucede nada. Un día, sin embargo, una muerte trágica quiebra la placidez de esa sociedad cerrada y hierática. A partir de allí, emergen uno tras otro los secretos del pasado, hechos ocultados cuidadosamente que demuestran cómo la pasión juvenil, ese ardor de la sangre, puede trastornar el curso de la vida. Como en el juego de las cajas chinas, las confesiones se suceden hasta llegar a una última y perturbadora revelación. Con un tono intenso y sosegado, Némirovsky utiliza el espejo sereno y frío de la edad madura para reflejar el impulso fogoso y los excesos de la juventud, en agudo contraste con el sofocante ambiente provinciano de sobreentendidos, sospechas y silencios que la autora describe con esa particular mezcla de lucidez y compasión que caracteriza su obra.

Por qué he disfrutado tanto con este librito

Siempre me ha gustado Irène Némirovsky, pero esta obrita se me había pasado por alto hasta que una buena amiga y lectora voraz me la recomendó. Ha compensado de sobras la frustración que me produjo el señor Perec.
Veamos por qué.

En primer lugar diría que “El ardor de la sangre” es una forma hermosa de decir “la pasión de la juventud”. No sólo la pasión que se desencadena con la atracción sexual, sino todo lo que la rodea.
Fíjense en lo sugerente de la portada. 
La visión de lo que va a ocurrir (se supone que ocultamente) debajo de una mesa en la que están sentados un hombre y una mujer. Da igual que, por la indumentaria, uno suponga que sucede a finales de los años veinte. El ardor, la pasión y el frenesí son tan eternos como el ser humano.
Pero la novela no trata exactamente del ardor de la sangre, sino del recuerdo que uno (ya mayor y con la sangre mucho más apaciguada) tiene de la pasión que un día sintió.

¿Recordáis amigos y amigas el temblor de todo el cuerpo al juguetear con los pies de la persona amada bajo una mesa mientras intentáis mantener la compostura y la imperturbabilidad a los ojos del resto de los comensales?. ¿Recordáis la sensación del batir del corazón desbocado?. Yo sí y creo que no soy el único.

Un hombre mayor. Solo y ensimismado. Aislado en un pueblo de gentes individualistas, cerradas e insolidarias para las que la felicidad consiste en que “todo esté tranquilo” y en “no meterse en problemas”. Es decir, que las cosas sucedan de puertas para afuera y, cuando no es así, saber mantener la boca cerrada y actuar como si nada ocurriera.
Este hombre de pronto choca violentamente con el recuerdo de una pasión extinguida. Y choca cuando escucha a la mujer que fue el objeto de aquel ardor negar que existiera aquella pasión.
¡Miente!, se rebela y lo recuerda todo.

Fantástica novela en la que Irène Némirovsky nos lleva poco a poco al descubrimiento sucesivo de secretos de una aparente perfecta familia en la que, aparentemente, nunca existió un desvarío, un frenesí o un ardor de la sangre.

Se la recomiendo

 





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