La vida cuando era nuestra
Marian Izaguirre
Lumen
Cada vez con mayor frecuencia me encuentro con pequeñas
sorpresas. Como si alguien que no conoces te sonríe y te regala una flor o un
dulce. La sorpresa es mayor si la persona que te invita te había caído mal en
una primera y errónea impresion.
Y es que si fuéramos sinceros con nosotros mismos y
nos despojásemos de esta careta que nos hemos acostumbrado a llevar para
"quedar bien", para agradar a los demás, podríamos reconocer de una
vez por todas, que estamos mediatizados por nuestros propios prejuicios con los
que cargamos desde hace ... ni se sabe. Como no es políticamente correcto
tenerlos... simplemente los negamos. Sin demasiado éxito claro está, porque con
nuestros actos, nuestras aficiones o nuestros rechazos, se nos ve el plumero.
Esta entradilla viene a cuento de un prejuicio que abrigo
(indebido?) respecto a escritores y escritoras españolas que provienen del
periodismo, de las tertulias televisivas o que simplemente no conozco porque no
he leído ninguna referencia o crítica sobre ellos. Lo sé. Es una idiotez y así
no se avanza en conocer nuevas plumas o nuevas expresiones literarias.
Conozco
y respeto a gente que ha optado por un régimen de lectura concreto: “leen
autores muertos”. No puedo criticarlos porque me encantan la mayoría de estos
autores (otros, no) pero hace un tiempo se me ocurrió releer “Trafalgar” de Don
Benito Pérez Galdós y me pareció de un estilo folletinesco y me sorprendió que,
en su momento, hace cuarenta años, me encandilara. Nos guste o no, el cine, las
series y los nuevos estilos literarios nos han influido y, quizás, contaminado
los gustos y preferencias.
Bueno, a lo que íbamos. Tenía esta novela de Marian
Izaguirre acumulando polvo en la estantería sin decidirme a echarle un vistazo
junto a otras más del mismo género. Tras “La Pensión de Eva” de Camilleri pensé que debía volver
a las letras españolas (también me tentaba, como siempre, un libro japonés) y
rectificar mi prejuicio si era el caso.
Es el caso.
Sólo la portada me encantó. Un grupo de chiquillos mirando
embobados el escaparate de una librería en un ambiente que me recordaba mi década
de los cincuenta en Barcelona y una librería-papelería que había en la calle
Valencia a la altura del Paseo de San Juan. Yo hubiera podido ser uno de ellos.
Porque esta novela, además de las tres historias
superpuestas (como una Matrioska rusa) es un canto al amor a los libros. A los
libros en papel. A los libros nuevos y a los de segunda o tercera mano. A sus páginas,
a sus lomos, encuadernaciones, olores... etc. Y eso me retrae al pasado. Ese
pasado que no existe en realidad pero que aún podemos evocar en nuestra mente
con cierta melancolía.
Las tres historias son las de Matías y Lola, la de Alice y
Henry y la de Rose “la de cabello de lino”.
Se nos sitúa en el Madrid de principios de los cincuenta.
Con sólo este dato ya nos podemos imaginar el contexto en el que malviven Matías
y Lola, dueños de una miserable librería situada en un callejón entre la Calle
Fernando VI y Barquillo. Como represaliados y perdedores de la guerra civil
tienen un panorama de lo más sombrío y sólo el amor que los une puede hacer
soportable esta dura realidad.
Alice es inglesa, de edad madura y lleva viviendo en Madrid
unos trece años. Viuda de Henry, su gran amor, su historia y su vida pueden
recordarnos perfectamente escenas de “Dowton Abbey”, en el caso de que hayan
visto algo de esta fantástica (para mí) serie.
Rose “la de chica de los cabellos de lino”, es la
protagonista de una novela situada en la Francia e Inglaterra anterior y
posterior a la I guerra mundial. Una niña bastarda de un duque inglés que vive
situaciones de todo tipo, pero que resulta muy atractiva para el lector.
Dos historias muy distintas y un libro. Es algo así como
metaliteratura. Un libro dentro de otro libro, porque el nexo de unión de Lola
y Alice es el libro de Rose.
Y no les digo más que, si les gustan los libros, desde su
contenido a su continente, les recomiendo éste de esta periodista bilbaína que
no conocía pero que, a partir de ahora, seguiré la pista de sus publicaciones
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