En tiempos de luz menguante
Eugen Ruge
Anagrama
Contraportada
Esta saga familiar, que
abarca desde la década de los cincuenta hasta el comienzo del nuevo milenio y
pasa por el emblemático año 1989 en que se produjo la caída del Muro, se centra
en tres generaciones: la de los abuelos, comunistas acérrimos que regresan del
exilio mexicano para instalarse en la joven República Democrática Alemana (RDA)
y participar en la construcción de la nueva república; su hijo, huido de joven
a Moscú y más tarde deportado a un campo siberiano, quien inicia su viaje en el
extremo opuesto, los Urales, para volver, junto con su mujer rusa, a una
república de pequeños burgueses en cuya transformabilidad sigue creyendo; y,
por último, el nieto, cada vez más incómodo en la patria electa de sus padres y
abuelos, de la que se pasa al Oeste el mismo día en que el patriarca cumple
noventa años.
Parece que el nimbo de la
utopía política va eclipsándose de generación en generación: son tiempos de luz
menguante. Medio siglo de historia vivida, una novela sobre Alemania llena de
sorprendentes giros y detalles, grande por su madurez humana, su precisión y su
humor.
Mi comentario
Eugen Ruge (Sosva, Urales,
1954) cursó estudios de Matemáticas en la Universidad Humboldt de Berlín y fue
colaborador científico del Instituto Central de Física de la Tierra. Antes de
emigrar de la RDA al Oeste en 1988, trabajó en la sección de cine documental de
la DEFA. Desde 1989 se dedica completamente al teatro y la radiotelevisión en
calidad de autor y traductor. Ha sido galardonado con varios premios, entre
otros, el Schiller-Förderpreis del land de Baden-Wurtemberg. En 2009 recibió el
Premio Alfred Döblin por su primer manuscrito de prosa, «En tiempos de luz
menguante», base de la presente novela; se comentó que tras la lectura de dicho
texto, «Günter Grass escuchaba tan intrigado que se le apagó la pipa» (Frankfurter
Allgemeine Zeitung). Cuando se publicó la novela, en 2011, fue distinguida con
el aspekte-Literaturpreis y con el más importante premio alemán, el Deutscher
Buchpreis, considerado el equivalente al Man Booker en Inglaterra o al Goncourt
en Francia.
Cuando descubro un libro que
considero debiera leer me pregunto qué expectativas tengo cuando lo abro por
vez primera. ¿Me va a gustar mucho o poco? ¿Tiene el tema principal algo que me
atraiga? ¿Me gustaron otras obras de este autor? Es entonces cuando en la ficha
del libro (los metadatos que ahora están de moda por mor del espionaje masivo
de la NSA americana) anoto un número del 1 al 10 para recordar lo que espero
del libro. Es una forma como otra cualquiera para clasificar las obras que
luego debo reseñar.
Dicho esto, confesaré que
este libro llevaba la anotación de un 9 por lo mucho que me apetecía leerlo.
Hay que decir que no siempre acierto en mis expectativas. Libros que parecen
atractivos por la contracubierta o por la promoción de la editorial luego resulta
un pequeño o gran fiasco.
Me adelanto a decirles que éste
no es el caso. “En tiempos de luz menguante” ha cubierto mis esperanzas
ampliamente.
Es una novela coral con
muchos personajes de una misma familia: los bisabuelos, los abuelos, los hijos,
los nietos y los bisnietos. Cuatro generaciones. El autor ha distribuido los
capítulos de forma muy inteligente. Cada uno corresponde a un determinado año y
a unos personajes concretos. Saltamos del 2001 al 1952 y pasamos por todos los
períodos intermedios.
Hay una fecha clave en la novela: el 1º de octubre de
1989. A ella Eugen Ruge dedica seis capítulos. Es la fecha del 90 cumpleaños de
Wilhem Powileit, el abuelo de la saga. No olvidemos que el muro que separaba la
RDA comunista del Berlín Occidental cayó un mes y nueve días después de esta
fecha, el 9 de noviembre de 1989. Estamos en una celebración que presagia el
funeral de todo un régimen y un Estado.
Eugen Ruge toma este
cumpleaños (en que el que se suceden una serie de acontecimientos y se vierten
muy diversas opiniones por una multitud de personajes) para explicar cómo lo
vivieron cada uno de los protagonistas de la novela y terminar de dibujarlos
definitivamente ya que en anteriores capítulos correspondientes a otras fechas ya los había descrito en sus circunstancias respectivas.
Está el propio Wilhem Powileit
en un estado físico cercano a la demencia senil. Lo habíamos conocido en 1952,
en su exilio de Méjico con su esposa Charlotte. Un cerrajero sin mayores
conocimientos que se afilia en los años 20 al Partido Comunista alemán y que
sigue con ciega fe las directrices en cada momento. Tanto si hay que combatir
la socialdemocracia, como descubrir que la alianza de Hitler con Stalin es una
genialidad o, por el contrario, combatir el fascismo. “La verdad es lo que decide
el Partido que es verdad”. Un principio no muy lejano a una declaración “Ex cátedra”
del Papa. Porque, curiosamente, hay muchísimas semejanzas del comunismo
estalinista con una una religión dogmática.
En otras palabras: Wilhem Powileit
es un “viva la virgen” que se adapta a todo y que, con sus escasos recursos mentales,
pero con su camaleónico comportamiento, salva todos los obstáculos y va
medrando dentro de la monolítica estructura del comunismo de la RDA hasta esta
fecha en la que se concede la condecoración máxima de la República tras alabar
un “tuneado” currículum plagado de mentiras y medias verdades que su hijo Kart considera
un homenaje a la estupidez.
Su mujer, Charlotte, es un
personaje fascinante. Mucho más preparada intelectual y políticamente, vemos
que no acaba de medrar dentro de la esclerótica plantilla de la Academia de
Lenguas y Literatura. Su vida es Wilhem y sus hijos Werner y Kurt.
En primero es “depurado” (o
sea fusilado) en una de las múltiples purgas estalinistas. No aparece en la
novela más que de pasada. Su otro hijo, Kurt, es otro de los grandes
protagonistas de la saga. Por haber escrito a su hermano de que dudaba del
acierto del acuerdo de Hitler y Stalin, es condenado a diez años de trabajos forzados
y a cinco de destierro. Sobrevive de milagro. Posteriormente es “rehabilitado”
y termina siendo un reconocido historiador de la RDA.
La mujer de Kurt es la rusa
Irina. Otro personaje femenino fuerte, duro y de una sola pieza. Su hijo
Alexander es el auténtico protagonista de la novela y en el que el autor
personifica todas las contradicciones y avatares del régimen comunista de la
RDA. Huye al Berlín Oeste poco antes de la caída del muro ante la perplejidad de
sus padres y abuelos.
Cuando uno lee sobre el
llamado “socialismo real” en el fondo siente pena de ver que quizás hubiera
sido posible una alternativa real al capitalismo pero que se convirtió en una gran
mentira que devoró a millones de personas, llevó a la miseria a varias
generaciones y terminó derrumbándose como una castillo de naipes.
Como todas las religiones el
comunismo se basaba en una hermosa mentira.
Lluvia roja
Cees NooteboomSiruela
Contraportada
Los primeros viajes, un
laberinto de callejas, una pipa de hachís en un oasis lejano, los antiguos
vecinos de Menorca o los excesos juveniles del joven Nooteboom. Todas esas
imágenes y sucesos del pasado se reúnen en Lluvia roja, un libro que nos
descubre todos los temas e inquietudes de Cees Nooteboom. Varios de los textos que
componen Lluvia roja, mosaico de historias y recuerdos, transcurren en la casa
de Menorca en la que Cees Nooteboom pasa varios meses cada verano desde hace
cuarenta años. En ella Nooteboom encuentra paz y tranquilidad en el jardín,
entre árboles, piedras y animales, sin olvidar a una gata que se ha convertido
en un habitante más de la misma. Uno de los aspectos más curiosos de hacerse
mayor, escribe, es que los tiempos en los que todo era enormemente importante y
tenía grandes consecuencias se han quedado, por fortuna, atrás. Los amigos van
muriendo y el cuerpo a veces se niega a cooperar, pero para une escritor
envejecer tiene algunas ventajas, ya que casi todo evoca un recuerdo.
Mi comentario
Descubrí al holandés Cees
Nooteboom por un artículo en el País porque me sorprendió su vinculación
estrecha con una tierra, o mejor dicho, una isla que amo profundamente: Menorca.
A causa de su desarraigo,
Nooteboom se desmarca de la generación en que nació y desde que empezó su
carrera literaria en los cincuenta desarrolla su tarea al margen de los grupos
y tendencias de su país. Gran parte de su obra la forman libros de viajes, pero
en todas sus obras expresa su voluntad europeísta y cosmopolita a través de
diversos escenarios; por ejemplo, su novela Mokusei se sitúa en el Japón y El desvío a Santiago en España;
por su parte, Perdido el Paraíso se ambienta en São Paulo, en las comarcas desérticas
de Australia y en diferentes galerías de arte de Europa. Su poesía lírica, por
otra parte, expresa la vivencia del tiempo, la precariedad de la existencia y
el deseo de permanencia.
Debo confesar que en muchas
ocasiones no puedo ser objetivo. Hay cosas y personas que te atraen magnéticamente
y te hacen perder la ecuanimidad. Para mí, la isla de Menorca es una de estas
cosas. Soy un apasionado de esta pedregosa y maravillosa roca en medio del
Mediterráneo, así como de sus gentes, de sus costumbres y de su idiosincrasia.
Por eso, cuando leí una reseña en el País sobre este autor holandés que lleva
tantos años pasando anualmente largas temporadas en la isla, me dije que sería
interesante tener otra visión de lo que creo conocer muy bien.
Efectivamente Cees Noteboom
proporciona al lector otra visión de Menorca. No es una visión desapasionada,
sino todo lo contrario. Desde la primera página el lector se da cuenta que el
autor ama con profundidad aquella tierra tan distinta y distante de la suya
propia. Pero al mismo tiempo se puede apreciar la fina ironía de Noteboom ante
las costumbres y los ritos de aquella sociedad.
Ignoro si conocéis Menorca.
Mucha gente piensa que las Baleares son una unidad no sólo administrativa, sino
también cultural y social. No es así. Cada territorio insular es muy distinto y
se parecen muy poco en la forma de ser de sus gentes. En el caso de Menorca y,
concretamente en su mundo rural que es el que mayormente aborda Noteboom, la
pervivencia de un feudalismo ancestral plasmado en lo que denomina “Sociedad
Rural Menorquina” que es un compendio de leyes, escritas o no, de un sistema de
aparcería muy particular es algo completamente único en todo el territorio
español.
He disfrutado mucho con este
librito (tiene unas escasas 200 páginas) y creo que esta visión de un
extranjero de nuestra propia realidad nos aporta puntos de reflexión nuevos en
los que no habíamos caído.
Operación dulce
Ian McEwan
Anagrama
Contraportada
Inglaterra, 1972. En plena
Guerra Fría la joven estudiante Serena Frome es reclutada en Cambridge por el
MI5. Su misión: crear una fundación para ayudar a novelistas prometedores, pero
cuya verdadera finalidad es generar propaganda anticomunista. Y en su vida
dominada por el engaño entra Tom Healy, joven escritor del que ac
Mi comentario
Ian McEwan es uno de mis
escritores fetiche. He leído todo lo que ha publicado y siempre espero sus
novedades como si de un regalo de Reyes se tratara. Dicho ésto, me sorprendió
un tanto leer algunas críticas que tildaban a “Operación Dulce” como “obra
menor”, o que “saca petróleo donde sólo hay agua, salvando la situación por su
enorme genio literario”. Hay otras críticas mucho más elogiosas, claro está,
pero todos estos antecedentes hicieron que arrancara la lectura con ciertos
prejuicios.
Ya han leído (espero) la
contraportada del libro y saben de qué va: A principios de los setenta, una
joven universitaria, licenciada en matemáticas, es reclutada por el MI5 para
una operación que bien hubiera podido denominarse “la miel atrapa a las moscas”.
En otras palabras: una operación para captar (mediante una sabrosa pensión) escritores
con buenas expectativas literarias que se destacaran en la lucha contra el
comunismo. Una fase “cultural” de la Guerra Fría. Serena, la protagonista,
obviamente termina por enamorarse de Tom, el escritor que tiene que reclutar y
ello entra en contradicción con el secretismo con el que se supone debe llevar
la operación. Antes he dicho que “se enamora de Tom”. Bueno, Serena es bastante
masculina en este aspecto del enamoramiento. Se enamora de cualquier par de
pantalones: de un catedrático cincuentón, de un homosexual, de un funcionario
con orejas de soplillo, etc. Pero con el que de verdad se enamora es con Tom.
La novela tarda en arrancar.
Esto hay que reconocerlo. No te atrapa hasta que empieza la “Operación Dulce”.
Este es un riesgo que corre McEwan porque me temo que más de uno abandonará la
lectura en los primeros capítulos. Pero si resiste la tentación, se puede
seguir leyendo de una tirada.
Mis primeras impresiones no
fueron muy favorables. La narración, muy bien trabada estructuralmente, es
bastante plana. No hay grandes sucesos ni dramas inesperados. La historia fluye
según las previsiones del lector.
Estaba en este punto de la
lectura del libro cuando, por razones de un control médico, me tuve que
trasladar a mi isla. A mi llegada almorcé con mi hermano y mi cuñada y
naturalmente salió el tema de las lecturas y de Ian McEwan en particular. Les
conté lo que pensaba de lo que llevaba leído así como una cierta decepción.
Ello les sorprendió porque conocen mi adhesión a este escritor.
Era domingo y fue muy
agradable el paseo por El Molinar y una puesta de sol espectacular de nubes lenticulares
incendiadas por un sol agonizante tras el faro de Porto Pi. Me acosté pronto
pero la trama de “Operación Dulce” continuaba rodando en mi cerebro. “Tiene que
haber algo más”, pensaba. “¿Dónde está el giro dramático que tanto me gusta en
McEwan?”.
Me desperté de pronto sobre
las dos de la madrugada con una idea en la cabeza: “¡El giro está en x!”
(siendo “x” una cosa innombrable en una reseña que debe cuidar no destrozar la
lectura de la obra). Ya no pude dormirme y terminé el libro de un tirón.
Efectivamente: el giro estaba en “x”. Y también había una “y” y una “z”
inesperadas para mí.
Perdonen la pregunta, pero
¿creen que un ilusionista, un mago, es un estafador?. En realidad está vendiéndome
algo que “no puede ser” para que me pregunte “¿Pero cómo lo ha hecho?” y
aplauda a rabiar. Es un estafador de aplausos.
Ian McEwan es uno de estos
magos que, no sabes cómo, se saca un camión de la chistera.
Les recomiendo su lectura,
pero les advierto que tiene truco.
Los años de peregrinación del chico sin color
Haruki MurakamiTusquets Editores
Contraportada
Los años de peregrinación del
chico sin color, de Haruki Murakami, autor de otras obras de la narrativa
extranjera como 1Q84 o Tokio Blues, es una entrañable novela sobre la amistad,
el amor y la soledad de aquellos que todavía no han encontrado su lugar en el
mundo.
Cuando Tsukuru Tazaki era
adolescente, le gustaba sentarse en las estaciones a ver pasar los trenes.
Ahora, con treinta y seis años, es un ingeniero que diseña y construye
estaciones de tren, pero en el fondo no ha dejado de ver pasar los trenes.
Lleva una vida holgada, tranquila, tal vez demasiado solitaria. Cuando conoce a
Sara, algo se remueve en lo más profundo de su ser. Y revive, en particular, un
episodio de su juventud: dieciséis años atrás, cuando iba a la universidad, el
que había sido su grupo de amigos desde la adolescencia cortó, sin dar
explicaciones, toda relación con él. Así empezó la peor época de su vida, hasta
el punto de que acarició la idea del suicidio. ¿Ha acabado esa época? ¿Es
posible que aquello le marcara más de lo que él cree? Tsukuru decide entonces
ir en busca de cada uno de los miembros del grupo para averiguar la verdad. Con
la pieza de Liszt titulada Los años de peregrinación como leit-motif, comenzará
esa búsqueda, que le llevará a lugares tan dispares como la ciudad de Nagoya o
Finlandia, o tan recónditos como algunos sentimientos. Decididamente, a Tsukuru
le ha llegado la hora de subirse a un tren.
Comentario
Murakami es otro de mis
autores fetiche y me he lanzado a la librería en cuanto he conocido que se había
publicado en España esta novela.
Tampoco esta vez me ha
defraudado y lo he leído de un tirón prácticamente.
Como en todas sus novelas he
aprendido algo sobre la fascinante sociedad nipona. En concreto:
·
La importancia
que le dan a pertenecer a un grupo concreto, sea de amigos, de una empresa o de
una hermandad. Los lazos son tan fuertes o más que los familiares.
·
La importancia
del nombre de la persona. De alguna forma, la define. En esta novela, el
protagonista, Tsukuru Tazaki tiene un patronímico que viene del verbo Tsukuru
que significa hacer, crear, construir y su vocación siempre ha sido ser
ingeniero de estaciones de ferrocarril. Es el único del grupo de amigos cuyo
nombre no está relacionado con un color (de ahí el nombre y la portada de la
novela). Los dos chicos se llamaban Akamatsu y Oumi. Las dos chicas, Shirane y
Kurono. Los idiogramas con que se escriben estos nombres se leen “aka” (rojo), “ao”
(azul), “shiro” (blanco) y “kuro” (negro), de forma que entre ellos se llamaban
como los colores, excepto el protagonista.
Como en todas sus novelas, la
música tiene una gran importancia como acompañamiento de la narración, tanto la
clásica como la de jazz de la que Murakami es un gran entendido. En este caso
tiene importancia una pieza de Franz Liszt titulada “Años de peregrinaje”. Un
concierto de piano que si quieren pueden escuchar aquí.
También se aprecia en esta
obra otra de las características del autor japonés: su trabajado diseño de cada
uno de los personajes, huyendo del esquematismo y el maniqueísmo. Son personas
reales, con sentimientos contradictorios y llenos de dudas y vacilaciones como
cada uno de nosotros. En este aspecto, Murakami es un maestro.
Debo confesar que en algún
momento de la lectura temía que el protagonista subiera por una escalera
vertical de una autopista y apareciera en un mundo paralelo (como ocurre en la
maravillosa 1Q84). En otras palabras,
que saliéramos de lo que podríamos llamar “mundo real” para irnos a la fantasía.
Hay momentos muy interesantes (la historia de Midorikawa sobre una “muerte
transferida” es apasionante o la idea de que otros puedan adivinar lo que
soñamos) en los que se roza este mundo paralelo o metafísico. Pero, finalmente,
Murakami se contiene. Deja la duda de la posibilidad de una realidad ilógica,
pero no va más allá.
Maravillosa novela.
Apasionante y con un final abierto de lo más inquietante.
No se la pierdan.
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