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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Entrada 36. Maravillosas novedades



En tiempos de luz menguante

Eugen Ruge
Anagrama



Contraportada
Esta saga familiar, que abarca desde la década de los cincuenta hasta el comienzo del nuevo milenio y pasa por el emblemático año 1989 en que se produjo la caída del Muro, se centra en tres generaciones: la de los abuelos, comunistas acérrimos que regresan del exilio mexicano para instalarse en la joven República Democrática Alemana (RDA) y participar en la construcción de la nueva república; su hijo, huido de joven a Moscú y más tarde deportado a un campo siberiano, quien inicia su viaje en el extremo opuesto, los Urales, para volver, junto con su mujer rusa, a una república de pequeños burgueses en cuya transformabilidad sigue creyendo; y, por último, el nieto, cada vez más incómodo en la patria electa de sus padres y abuelos, de la que se pasa al Oeste el mismo día en que el patriarca cumple noventa años.
Parece que el nimbo de la utopía política va eclipsándose de generación en generación: son tiempos de luz menguante. Medio siglo de historia vivida, una novela sobre Alemania llena de sorprendentes giros y detalles, grande por su madurez humana, su precisión y su humor.

Mi comentario
Eugen Ruge (Sosva, Urales, 1954) cursó estudios de Matemáticas en la Universidad Humboldt de Berlín y fue colaborador científico del Instituto Central de Física de la Tierra. Antes de emigrar de la RDA al Oeste en 1988, trabajó en la sección de cine documental de la DEFA. Desde 1989 se dedica completamente al teatro y la radiotelevisión en calidad de autor y traductor. Ha sido galardonado con varios premios, entre otros, el Schiller-Förderpreis del land de Baden-Wurtemberg. En 2009 recibió el Premio Alfred Döblin por su primer manuscrito de prosa, «En tiempos de luz menguante», base de la presente novela; se comentó que tras la lectura de dicho texto, «Günter Grass escuchaba tan intrigado que se le apagó la pipa» (Frankfurter Allgemeine Zeitung). Cuando se publicó la novela, en 2011, fue distinguida con el aspekte-Literaturpreis y con el más importante premio alemán, el Deutscher Buchpreis, considerado el equivalente al Man Booker en Inglaterra o al Goncourt en Francia.



Cuando descubro un libro que considero debiera leer me pregunto qué expectativas tengo cuando lo abro por vez primera. ¿Me va a gustar mucho o poco? ¿Tiene el tema principal algo que me atraiga? ¿Me gustaron otras obras de este autor? Es entonces cuando en la ficha del libro (los metadatos que ahora están de moda por mor del espionaje masivo de la NSA americana) anoto un número del 1 al 10 para recordar lo que espero del libro. Es una forma como otra cualquiera para clasificar las obras que luego debo reseñar.
Dicho esto, confesaré que este libro llevaba la anotación de un 9 por lo mucho que me apetecía leerlo. Hay que decir que no siempre acierto en mis expectativas. Libros que parecen atractivos por la contracubierta o por la promoción de la editorial luego resulta un pequeño o gran fiasco.
Me adelanto a decirles que éste no es el caso. “En tiempos de luz menguante” ha cubierto mis esperanzas ampliamente.

Es una novela coral con muchos personajes de una misma familia: los bisabuelos, los abuelos, los hijos, los nietos y los bisnietos. Cuatro generaciones. El autor ha distribuido los capítulos de forma muy inteligente. Cada uno corresponde a un determinado año y a unos personajes concretos. Saltamos del 2001 al 1952 y pasamos por todos los períodos intermedios. 
Hay una fecha clave en la novela: el 1º de octubre de 1989. A ella Eugen Ruge dedica seis capítulos. Es la fecha del 90 cumpleaños de Wilhem Powileit, el abuelo de la saga. No olvidemos que el muro que separaba la RDA comunista del Berlín Occidental cayó un mes y nueve días después de esta fecha, el 9 de noviembre de 1989. Estamos en una celebración que presagia el funeral de todo un régimen y un Estado.
Eugen Ruge toma este cumpleaños (en que el que se suceden una serie de acontecimientos y se vierten muy diversas opiniones por una multitud de personajes) para explicar cómo lo vivieron cada uno de los protagonistas de la novela y terminar de dibujarlos definitivamente ya que en anteriores capítulos correspondientes a otras fechas  ya los había descrito en sus circunstancias respectivas.
Está el propio Wilhem Powileit en un estado físico cercano a la demencia senil. Lo habíamos conocido en 1952, en su exilio de Méjico con su esposa Charlotte. Un cerrajero sin mayores conocimientos que se afilia en los años 20 al Partido Comunista alemán y que sigue con ciega fe las directrices en cada momento. Tanto si hay que combatir la socialdemocracia, como descubrir que la alianza de Hitler con Stalin es una genialidad o, por el contrario, combatir el fascismo. “La verdad es lo que decide el Partido que es verdad”. Un principio no muy lejano a una declaración “Ex cátedra” del Papa. Porque, curiosamente, hay muchísimas semejanzas del comunismo estalinista con una una religión dogmática.
En otras palabras: Wilhem Powileit es un “viva la virgen” que se adapta a todo y que, con sus escasos recursos mentales, pero con su camaleónico comportamiento, salva todos los obstáculos y va medrando dentro de la monolítica estructura del comunismo de la RDA hasta esta fecha en la que se concede la condecoración máxima de la República tras alabar un “tuneado” currículum plagado de mentiras y medias verdades que su hijo Kart considera un homenaje a la estupidez.

Su mujer, Charlotte, es un personaje fascinante. Mucho más preparada intelectual y políticamente, vemos que no acaba de medrar dentro de la esclerótica plantilla de la Academia de Lenguas y Literatura. Su vida es Wilhem y sus hijos Werner y Kurt.
En primero es “depurado” (o sea fusilado) en una de las múltiples purgas estalinistas. No aparece en la novela más que de pasada. Su otro hijo, Kurt, es otro de los grandes protagonistas de la saga. Por haber escrito a su hermano de que dudaba del acierto del acuerdo de Hitler y Stalin, es condenado a diez años de trabajos forzados y a cinco de destierro. Sobrevive de milagro. Posteriormente es “rehabilitado” y termina siendo un reconocido historiador de la RDA.

La mujer de Kurt es la rusa Irina. Otro personaje femenino fuerte, duro y de una sola pieza. Su hijo Alexander es el auténtico protagonista de la novela y en el que el autor personifica todas las contradicciones y avatares del régimen comunista de la RDA. Huye al Berlín Oeste poco antes de la caída del muro ante la perplejidad de sus padres y abuelos.

Cuando uno lee sobre el llamado “socialismo real” en el fondo siente pena de ver que quizás hubiera sido posible una alternativa real al capitalismo pero que se convirtió en una gran mentira que devoró a millones de personas, llevó a la miseria a varias generaciones y terminó derrumbándose como una castillo de naipes.

Como todas las religiones el comunismo se basaba en una hermosa mentira.



Lluvia roja

Cees Nooteboom
Siruela


Contraportada


Los primeros viajes, un laberinto de callejas, una pipa de hachís en un oasis lejano, los antiguos vecinos de Menorca o los excesos juveniles del joven Nooteboom. Todas esas imágenes y sucesos del pasado se reúnen en Lluvia roja, un libro que nos descubre todos los temas e inquietudes de Cees Nooteboom. Varios de los textos que componen Lluvia roja, mosaico de historias y recuerdos, transcurren en la casa de Menorca en la que Cees Nooteboom pasa varios meses cada verano desde hace cuarenta años. En ella Nooteboom encuentra paz y tranquilidad en el jardín, entre árboles, piedras y animales, sin olvidar a una gata que se ha convertido en un habitante más de la misma. Uno de los aspectos más curiosos de hacerse mayor, escribe, es que los tiempos en los que todo era enormemente importante y tenía grandes consecuencias se han quedado, por fortuna, atrás. Los amigos van muriendo y el cuerpo a veces se niega a cooperar, pero para une escritor envejecer tiene algunas ventajas, ya que casi todo evoca un recuerdo.


Mi comentario
Descubrí al holandés Cees Nooteboom por un artículo en el País porque me sorprendió su vinculación estrecha con una tierra, o mejor dicho, una isla que amo profundamente: Menorca.

A causa de su desarraigo, Nooteboom se desmarca de la generación en que nació y desde que empezó su carrera literaria en los cincuenta desarrolla su tarea al margen de los grupos y tendencias de su país. Gran parte de su obra la forman libros de viajes, pero en todas sus obras expresa su voluntad europeísta y cosmopolita a través de diversos escenarios; por ejemplo, su novela Mokusei se sitúa en el Japón y El desvío a Santiago en España; por su parte, Perdido el Paraíso se ambienta en São Paulo, en las comarcas desérticas de Australia y en diferentes galerías de arte de Europa. Su poesía lírica, por otra parte, expresa la vivencia del tiempo, la precariedad de la existencia y el deseo de permanencia.




Debo confesar que en muchas ocasiones no puedo ser objetivo. Hay cosas y personas que te atraen magnéticamente y te hacen perder la ecuanimidad. Para mí, la isla de Menorca es una de estas cosas. Soy un apasionado de esta pedregosa y maravillosa roca en medio del Mediterráneo, así como de sus gentes, de sus costumbres y de su idiosincrasia. Por eso, cuando leí una reseña en el País sobre este autor holandés que lleva tantos años pasando anualmente largas temporadas en la isla, me dije que sería interesante tener otra visión de lo que creo conocer muy bien.
Efectivamente Cees Noteboom proporciona al lector otra visión de Menorca. No es una visión desapasionada, sino todo lo contrario. Desde la primera página el lector se da cuenta que el autor ama con profundidad aquella tierra tan distinta y distante de la suya propia. Pero al mismo tiempo se puede apreciar la fina ironía de Noteboom ante las costumbres y los ritos de aquella sociedad.
Ignoro si conocéis Menorca. Mucha gente piensa que las Baleares son una unidad no sólo administrativa, sino también cultural y social. No es así. Cada territorio insular es muy distinto y se parecen muy poco en la forma de ser de sus gentes. En el caso de Menorca y, concretamente en su mundo rural que es el que mayormente aborda Noteboom, la pervivencia de un feudalismo ancestral plasmado en lo que denomina “Sociedad Rural Menorquina” que es un compendio de leyes, escritas o no, de un sistema de aparcería muy particular es algo completamente único en todo el territorio español.

He disfrutado mucho con este librito (tiene unas escasas 200 páginas) y creo que esta visión de un extranjero de nuestra propia realidad nos aporta puntos de reflexión nuevos en los que no habíamos caído.





Operación dulce

Ian McEwan
Anagrama

Contraportada

Inglaterra, 1972. En plena Guerra Fría la joven estudiante Serena Frome es reclutada en Cambridge por el MI5. Su misión: crear una fundación para ayudar a novelistas prometedores, pero cuya verdadera finalidad es generar propaganda anticomunista. Y en su vida dominada por el engaño entra Tom Healy, joven escritor del que acabará enamorándose. Hasta que llega el momento en que tiene que decidir si seguir con su mentira o contarle la verdad... Esta deslumbrante narración atrapa y sorprende al lector con sucesivas vueltas de tuerca en las que realidad y ficción se funden y confunden. Con extraordinaria sutileza psicológica, una trama trepidante y momentos de fina ironía, Ian McEwan demuestra una vez más que es un maestro consumado del arte de la novela

Mi comentario
Ian McEwan es uno de mis escritores fetiche. He leído todo lo que ha publicado y siempre espero sus novedades como si de un regalo de Reyes se tratara. Dicho ésto, me sorprendió un tanto leer algunas críticas que tildaban a “Operación Dulce” como “obra menor”, o que “saca petróleo donde sólo hay agua, salvando la situación por su enorme genio literario”. Hay otras críticas mucho más elogiosas, claro está, pero todos estos antecedentes hicieron que arrancara la lectura con ciertos prejuicios.
Ya han leído (espero) la contraportada del libro y saben de qué va: A principios de los setenta, una joven universitaria, licenciada en matemáticas, es reclutada por el MI5 para una operación que bien hubiera podido denominarse “la miel atrapa a las moscas”. En otras palabras: una operación para captar (mediante una sabrosa pensión) escritores con buenas expectativas literarias que se destacaran en la lucha contra el comunismo. Una fase “cultural” de la Guerra Fría. Serena, la protagonista, obviamente termina por enamorarse de Tom, el escritor que tiene que reclutar y ello entra en contradicción con el secretismo con el que se supone debe llevar la operación. Antes he dicho que “se enamora de Tom”. Bueno, Serena es bastante masculina en este aspecto del enamoramiento. Se enamora de cualquier par de pantalones: de un catedrático cincuentón, de un homosexual, de un funcionario con orejas de soplillo, etc. Pero con el que de verdad se enamora es con Tom.

La novela tarda en arrancar. Esto hay que reconocerlo. No te atrapa hasta que empieza la “Operación Dulce”. Este es un riesgo que corre McEwan porque me temo que más de uno abandonará la lectura en los primeros capítulos. Pero si resiste la tentación, se puede seguir leyendo  de una tirada.

Mis primeras impresiones no fueron muy favorables. La narración, muy bien trabada estructuralmente, es bastante plana. No hay grandes sucesos ni dramas inesperados. La historia fluye según las previsiones del lector.

Estaba en este punto de la lectura del libro cuando, por razones de un control médico, me tuve que trasladar a mi isla. A mi llegada almorcé con mi hermano y mi cuñada y naturalmente salió el tema de las lecturas y de Ian McEwan en particular. Les conté lo que pensaba de lo que llevaba leído así como una cierta decepción. Ello les sorprendió porque conocen mi adhesión a este escritor.
Era domingo y fue muy agradable el paseo por El Molinar y una puesta de sol espectacular de nubes lenticulares incendiadas por un sol agonizante tras el faro de Porto Pi. Me acosté pronto pero la trama de “Operación Dulce” continuaba rodando en mi cerebro. “Tiene que haber algo más”, pensaba. “¿Dónde está el giro dramático que tanto me gusta en McEwan?”.

Me desperté de pronto sobre las dos de la madrugada con una idea en la cabeza: “¡El giro está en x!” (siendo “x” una cosa innombrable en una reseña que debe cuidar no destrozar la lectura de la obra). Ya no pude dormirme y terminé el libro de un tirón. Efectivamente: el giro estaba en “x”. Y también había una “y” y una “z” inesperadas para mí.

Perdonen la pregunta, pero ¿creen que un ilusionista, un mago, es un estafador?. En realidad está vendiéndome algo que “no puede ser” para que me pregunte “¿Pero cómo lo ha hecho?” y aplauda a rabiar. Es un estafador de aplausos.

Ian McEwan es uno de estos magos que, no sabes cómo, se saca un camión de la chistera.

Les recomiendo su lectura, pero les advierto que tiene truco.



Los años de peregrinación del chico sin color

Haruki Murakami
Tusquets Editores 

Contraportada 

Los años de peregrinación del chico sin color, de Haruki Murakami, autor de otras obras de la narrativa extranjera como 1Q84 o Tokio Blues, es una entrañable novela sobre la amistad, el amor y la soledad de aquellos que todavía no han encontrado su lugar en el mundo.
Cuando Tsukuru Tazaki era adolescente, le gustaba sentarse en las estaciones a ver pasar los trenes. Ahora, con treinta y seis años, es un ingeniero que diseña y construye estaciones de tren, pero en el fondo no ha dejado de ver pasar los trenes. Lleva una vida holgada, tranquila, tal vez demasiado solitaria. Cuando conoce a Sara, algo se remueve en lo más profundo de su ser. Y revive, en particular, un episodio de su juventud: dieciséis años atrás, cuando iba a la universidad, el que había sido su grupo de amigos desde la adolescencia cortó, sin dar explicaciones, toda relación con él. Así empezó la peor época de su vida, hasta el punto de que acarició la idea del suicidio. ¿Ha acabado esa época? ¿Es posible que aquello le marcara más de lo que él cree? Tsukuru decide entonces ir en busca de cada uno de los miembros del grupo para averiguar la verdad. Con la pieza de Liszt titulada Los años de peregrinación como leit-motif, comenzará esa búsqueda, que le llevará a lugares tan dispares como la ciudad de Nagoya o Finlandia, o tan recónditos como algunos sentimientos. Decididamente, a Tsukuru le ha llegado la hora de subirse a un tren.



Comentario
Murakami es otro de mis autores fetiche y me he lanzado a la librería en cuanto he conocido que se había publicado en España esta novela.
Tampoco esta vez me ha defraudado y lo he leído de un tirón prácticamente.
Como en todas sus novelas he aprendido algo sobre la fascinante sociedad nipona. En concreto:
·        La importancia que le dan a pertenecer a un grupo concreto, sea de amigos, de una empresa o de una hermandad. Los lazos son tan fuertes o más que los familiares.
·        La importancia del nombre de la persona. De alguna forma, la define. En esta novela, el protagonista, Tsukuru Tazaki tiene un patronímico que viene del verbo Tsukuru que significa hacer, crear, construir y su vocación siempre ha sido ser ingeniero de estaciones de ferrocarril. Es el único del grupo de amigos cuyo nombre no está relacionado con un color (de ahí el nombre y la portada de la novela). Los dos chicos se llamaban Akamatsu y Oumi. Las dos chicas, Shirane y Kurono. Los idiogramas con que se escriben estos nombres se leen “aka” (rojo), “ao” (azul), “shiro” (blanco) y “kuro” (negro), de forma que entre ellos se llamaban como los colores, excepto el protagonista.

Como en todas sus novelas, la música tiene una gran importancia como acompañamiento de la narración, tanto la clásica como la de jazz de la que Murakami es un gran entendido. En este caso tiene importancia una pieza de Franz Liszt titulada “Años de peregrinaje”. Un concierto de piano que si quieren pueden escuchar aquí.

También se aprecia en esta obra otra de las características del autor japonés: su trabajado diseño de cada uno de los personajes, huyendo del esquematismo y el maniqueísmo. Son personas reales, con sentimientos contradictorios y llenos de dudas y vacilaciones como cada uno de nosotros. En este aspecto, Murakami es un maestro.

Debo confesar que en algún momento de la lectura temía que el protagonista subiera por una escalera vertical de una autopista y apareciera en un mundo paralelo (como ocurre en la maravillosa 1Q84). En otras palabras, que saliéramos de lo que podríamos llamar “mundo real” para irnos a la fantasía. Hay momentos muy interesantes (la historia de Midorikawa sobre una “muerte transferida” es apasionante o la idea de que otros puedan adivinar lo que soñamos) en los que se roza este mundo paralelo o metafísico. Pero, finalmente, Murakami se contiene. Deja la duda de la posibilidad de una realidad ilógica, pero no va más allá.

Maravillosa novela. Apasionante y con un final abierto de lo más inquietante.
No se la pierdan.

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