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jueves, 3 de octubre de 2013

Entrada 34. Ya llegó Octubre

  Caída y auge de Reginald Perrin

David Nobbs
Impedimenta



Contraportada
Reginald Perrin es un mediocre e infeliz ejecutivo de ventas cuarentón, que malgasta sus días en la empresa Postres Lucisol, sometido a un jefe estúpido para el que desempeña un trabajo alienante, mientras lleva una vida suburbana al lado de su esposa y una familia plagada de gorrones. Hasta que un día, entregado a continuas fantasías que le apartan momentáneamente del sopor, decide tirarlo todo por la borda y dar el gran paso: desaparecer sin dejar el menor rastro, simular su propio suicidio, y adoptar una segunda identidad para volver a comenzar desde cero.
Un clásico de la comedia inglesa, considerado uno de los libros más divertidos, crueles e irreverentes de la reciente literatura anglosajona.


Mi comentario
David Nobbs nace en Kent en 1935. Proviene de una larga tradición de profesores pero a él nunca le tentó esta profesión. Trabajó como reportero en el periódico de Sheffield pero él mismo reconoce que era una nulidad en este aspecto. De vis cómica natural colaboró con varios guionistas de programas de humor de la BBC. Escribió varias novelas ("supuestamente cómicas" según el Daily Telegraph) pero su éxito le llegó en 1975 con esta novela que ha tenido varias secuelas.

Cuando terminé de leer esta obrita me pregunté bajo qué epígrafe la calificaba. ¿Comedia?, ¿drama?, ¿tragedia?, ¿fábula humorística?. Imposible definirla en estos términos. Es cualquiera de ellos o ninguno. Lo que más se acercaría sería el calificativo de "subrealismo cínico inglés" . Tiene muchos rasgos de este socarrón humor inglés pero también tiene pinceladas melodramáticas en las que los personajes (todos ellos muy esquemáticos) desarrollan un papel de perdedores crónicos.
En muchos detalles logra arrancar la sonrisa del lector y hace que su lectura sea amena sin que tengamos que reflexionar demasiado en la trama.
Si quieren tener una lectura agradable y divertida, léanlo. Este es mi consejo.

Lo que el día debe a la noche

Yasmina Khadra
Destino

Contraportada
Younes sólo tiene nueve años cuando su padre se queda arruinado. Totalmente agobiado, resuelve confiar el niño a su hermano, un farmacéutico integrado en la comunidad occidental de Orán. Ahora, el nuevo nombre de Younes es Jonas, crece entre jóvenes colonos de los que se hace amigo inseparable. Descubrirá con ellos las alegrías de una existencia privilegiada que ni la segunda guerra mundial ni las convulsiones de un nacionalismo árabe en plena expansión pueden perturbar. Hasta el día en que llega a la ciudad Émilie, una joven fascinante que se convertirá en el objeto de deseo de todos ellos y que pondrá a prueba la complicidad fraternal de los cuatro amigos, divididos entre la lealtad, el egoísmo y el rencor que la guerra de la Independencia agrava.



Mi comentario
Tras Yasmina Khadra se esconde Mohammed Moulessehoul, comandante argelino que en 1989 debió usar un seudónimo femenino para evadirse de la censura militar que había prohibido sus seis primeras novelas. De ellas comentaremos tres en este Blog: “Lo que el día debe a la noche”, “El Atentado” y "Los ángeles mueren por nuestras heridas".

La novela fue llevada al cine el año pasado por el director argelino Alexandre Arcady con bastantes buenas críticas. Si quieren verla la he insertado desde Youtube.
Las críticas cinematográficas destacaron el papel del protagonista Fu'ad Ait que le da mucha profundidad al personaje. Pero también destacan que la película pierde muchos de los detalles importantes de la novela cosa, por otra parte, bastante usual en estos casos como ya saben.

Si tienen interés, aquí les pongo el trailer de la película.



La novela es un melodrama épico en el que hay una trama vertebral compuesta por los amores desgraciados de Youles (o Jonás en su versión occidental) con Emilie y las relaciones con tres amigos de la infancia y, envolviéndola están las circunstancias de una Argelia dispuesta a sacudirse de encima el colonialismo francés.
Toda la novela está diseñada para resaltar las contradicciones de una sociedad al borde del estallido. La contradicción entre una burguesía francesa ilustrada y católica, que lleva en Argelia cuatro o cinco generaciones y que, por consiguiente, se sienten en su propia tierra y no como colonizadores y una inmensa mayoría de raza árabe o bereber, de religión musulmana que, en su gran mayoría, malviven de temporeros o pequeños comerciantes. Esta contradicción es en realidad un abismo de incomprensión. Jonás, el protagonista, encarna esta contradicción. Es hijo de un árabe empobrecido pero vive con su tío y su tía francesa como si se tratara de un occidental. Su aspecto de niño rubio con ojos azules, hace que el disfraz sea más creíble. Todos sus amigos y amigas con occidentales y él se encuentra en este ambiente como pez en el agua.
Todo estalla cuando llega un amor que él hace imposible, por una parte y, por otra, cuando estalla la guerra de independencia de Argelia. Una guerra de siete años que tras la marcha de los “pieds noirs” a Francia, continuaría entre el FLN y los islamistas radicales. Jonás está en medio. ¿Por qué lado decantarse?.
Esta es la base del drama que les recomiendo leer, entre otras cosas por la perfecta ejecución literaria de las descripciones de un Orán de mediados del siglo XX.


Prisioneros en el Paraíso

Arto Paasilinna
Anagrama

Contraportada
Un avión en el que viaja una misión de la ONU se ve obligado a efectuar un aterrizaje de emergencia en un rincón perdido del archipiélago indonesio. Los supervivientes una variopinta pandilla de enfermeras suecas, comadronas y leñadores finlandeses, médicos noruegos, azafatas y pilotos ingleses consiguen alcanzar una playa rodeada por una jungla impenetrable. Superada la consternación inicial, la comunidad de náufragos se dedica con creciente alegría a la organización de la supervivencia.



Mi comentario
Lean algunas opiniones sobre esta pequeña y deliciosa obra.
“Gracias a su humor irreverente y a sus personajes anárquicos, locos y rebeldes, Paasilinna le da la vuelta al topos literario de la isla desierta y se inventa una hilarante aventura utópica. Con ese humor a ratos punzante, flemático o disparatado que tanto gusta hoy, se divierte trazando las particularidades del ser humano: egoísmo, necedad, locura... y una incorregible ternura” (Claudine Coddens, Télérama).
“Una muestra del poderoso encanto que desprende la obra de este moralista jovial” (Elle).
“Pongan a unos nórdicos en una isla desierta y verán nacer una sociedad mejor... Arto Paasilinna, con su habitual humor mordaz, lleva a sus picarescos personajes al extremo”(La Repubblica).

Esta es una de estas novelas amables que se pueden leer de un tirón o que pueden mover a reflexionar sobre la esencia de la naturaleza humana. Porque, en definitiva, ¿qué es lo que se plantea cuando un grupo de personas quedan aisladas del resto de la humanidad?. En primer lugar: la supervivencia (qué comer, encontrar agua, resguardarse del nuevo medio aparentemente hostil por desconocido). En segundo término: cómo convivir. Cómo comunicarse con los demás, respetar los límites y que se respeten tus libertades. Y todo esto se puede hacer bien o hacer mal. Si se hace bien, es posible la supervivencia de la mayoría. Si se hace mal, sobre sobrevive el más fuerte.
Lo que plantea este autor finés es algo así como un experimento de lo más interesante que no es nuevo. Robinson Crusoe sobrevivió y no se volvió loco porque tuvo la suerte de encontrar a Viernes, pero no olvidemos que su relación fue de amo a siervo. Pero ¿Qué pasaría si las relaciones humanas se plantearan bajo otros principios de igualdad y auténtica democracia?. La apuesta de Paasilinna es que entonces aparecería el socialismo auténtico.
Lo único que no me gusta es el título. La mayoría de los supervivientes de esta aventura no se sienten prisioneros. Al revés. Creen que los prisioneros son los que están fuera del paraíso.
Cuando ya hace muchos meses que los “perdidos” están en la isla, el protagonista (un periodista finés que viajaba de Tokio a Australia) le pregunta a Reeves, el copiloto inglés del avión siniestrado.

Qué crees que pasaría si en el campamento alguien se diera cuenta de que vivimos en un sistema socialista?

—Absolutamente nada. La mayor parte de esta gente pensaba de otro modo cuando vivía en Europa, pero aquí es diferente, porque la condición del éxito es la comunidad, aquí no se pueden probar otros sistemas, porque nos llevarían a la perdición. Si alguno de nosotros se pusiera a acumular propiedades y obligase a los demás a hacer los trabajos que a él le corresponden, el producto global sería menor y los más débiles se quedarían sin comida y sin alojamiento en condiciones. En estas circunstancias no podemos permitirnos hacer experimentos. Las sociedades industriales altamente desarrolladas pueden soportar la explotación, pero nuestro campamento no. Un signo claro de que el socialismo se ha realizado plenamente es que no necesitamos policía.

Y es que todos a los que les ha tocado vivir esta aventura son conscientes de que la mejor manera de sobrevivir es colaborar dentro de una reglas democráticas.

Claro que todo ello presenta un problema. En todo paraíso siempre hay un problema: ¿se desea escapar uno de este paraíso?.
Este es otro nudo dramático que el autor plantea con toda su crudeza. Han ideado una forma de pedir socorro mediante un gigantesco rótulo de SOS que pueda ser captado por uno de los satélites metereológicos. Están a punto de prenderle fuego y el comandante del avión les dice lo siguiente:

“Taylor fue al grano: dijo que nadie que estuviese en su sano juicio estaría dispuesto a abandonar aquella belleza para regresar a una Europa contaminada, a pagar impuestos, a luchar por un espacio vital, a acumular bienes innecesarios y a pelear con los magnates de los negocios por cosas que finalmente carecían de importancia.
Taylor terminó su discurso lanzando una petición: que nos quedásemos en la isla, que no encendiésemos el SOS por el momento, dejándolo en reserva... Si alguien venía a salvarnos, nunca podríamos volver a vivir en nuestro paraíso nos llevarían por la fuerza a nuestros países de origen, a trabajar en cosas inútiles, fumaríamos hasta destrozarnos los pulmones, nunca volveríamos a caminar por la arena caliente de aquella playa, desnudos y sin que nadie se avergonzara por ello, nunca podríamos organizar otra fiesta de cacería, ni comer jabalíes como aquéllos, ni pescar, ni cultivar amistades sinceras y puras.”

¿Aceptarán abandonar el paraíso?. Les dejo que lo descubran ustedes mismos leyendo la novela. Se la aconsejo.

Si les interesa saber más sobre este autor casi desconocido en España, lean la entrevista que le hicieron en "El País".



La verdad sobre Marie


Jean-Philippe Toussaint

Anagrama



Contraportada

Una quinta parte de esta novela la ocupa una escena antológica que ningún lector podrá olvidar: el embarque de un purasangre en el aeropuerto de Tokio. Es de noche, llueve a cántaros. El caballo, despavorido, ha despistado a sus escoltas japoneses, a su propietario francés y a su amiga con su pila de maletas, y se ha sumergido al galope en la oscuridad del aeropuerto. ¿Cómo encontrar, apaciguar y domeñar al purasangre enfurecido al que, habida cuenta de su fama y de su precio, no pueden sacrificar ni herir? Épico y regocijante. Alejandro Dumas pasado por el Nouveau Roman. Flaubert narrándonos un grave incidente en la zona de flete de un aeropuerto. Hay elementos de fatalidad antigua en esa literatura tan moderna por su escritura y por sus mecanismos. Toussaint es un dios del Olimpo que, según Bernard Pivot, ya sea con benevolencia o furor, manipula a unas criaturas perfectamente elegidas y las proyecta a aventuras planetarias.



Mi comentario


Cuando terminé de leer esta novela me sentí completamente abrumado. Jean-Philippe Toussaint es un genio. ¿Cómo es posible que un escritor moderno sea capaz de sólo con las palabras darnos una imagen tan precisa de las cosas?. Porque eso es lo que hace este autor. A golpe de palabra crea imágenes mentales como si fuera un director de cine. Ves cada detalle de una pared, de un caballo purasangre desbocado en medio del aeropuerto de Narita en Tokio, de un hombre bajo la lluvia que contempla una ambulancia que engulle una camilla con otro hombre dentro del que no se sabe si está muerto. Cada gota de agua, cada rayo de sol y cada personaje es descrito con una meticulosidad milimétrica.

Y también por supuesto está Marie. Un personaje que evoluciona a lo largo del relato y que no despierta (por lo menos al principio) ninguna simpatía al lector ya que Jean-Philippe Toussaint la describe como una joven superficial, atolondrada, desordenada y caótica.

Como muestra vean estos párrafos muy significativos. Marie, con su amante Jean Cristophe van en una limusina al aeropuerto de Tokio a embarcar a un purasangre de la cuadra de él.

“El convoy aflojó la marcha al acercarse al aeropuerto y se detuvo en una de las colas de espera que aguardaban el control de policía. Varios agentes vestidos con impermeables transparentes filtraban la circulación bajo la lluvia ante un gran pórtico comparable a un puesto de peaje de autopista, controlaban el paso de los coches con porras fluorescentes. Un policía subió al minibús de los japoneses para inspeccionar rápidamente los pasaportes que los viajeros tenían ya preparados, no se entretuvo, pasó entre los asientos apuntando con el dedo cada pasaporte antes de bajar del vehículo, mientras otro salía de una garita y se acercaba a la limusina. Jean-Christophe de G. bajó el vidrio automático de la portezuela pulsando un botón eléctrico situado en el brazo del asiento y le alargó su pasaporte en la noche, así como el pasaporte del caballo, pues el caballo tenía también su pasaporte, un carné de identidad personal, oficial, plastificado, infalsificable (con la foto, la fecha de nacimiento y el pedigrí). El policía abrió el pasaporte de Jean-Christophe de G., examinó la foto y se lo devolvió, acto seguido abrió el pasaporte del caballo y se inclinó hacia el interior del coche para examinar un instante con más atención el rostro de Marie (pese a que, aun en la penumbra, resultaba imposible tomar a Marie por un caballo). Jean-Christophe de G., al advertir el malentendido, pidió a Marie —Marie distraída, como si aquello no fuera con ella— que fuera tan amable de mostrar su pasaporte al policía. Pero Marie había sido siempre incapaz de mostrar el pasaporte cuando la situación lo requería, y, saliendo bruscamente de su embotamiento, como pillada de pronto en falta, anticipando ya dolorosamente su cara la inutilidad de las posteriores búsquedas, fue presa de un brusco acceso de desordenado frenesí, esa curiosa amalgama de pánico y de buena voluntad que la caracteriza cuando busca algo, y se puso a hurgar desesperadamente en el bolso y a darle vueltas en todos los sentidos, sacando tarjetas de crédito, cartas, facturas, su teléfono, dejando caer sus gafas de sol al suelo, alzándose en el asiento y contorsionándose para hurgarse en los bolsillos traseros de la falda, de la chaqueta, del abrigo, segura de que ese pasaporte lo llevaba con ella, pero sin saber en qué bolsillo lo había puesto, en cuál de las bolsas podía estar, veintitrés bolsas exactamente (sin contar la bolsita de sashimi de fugu, a la que echó también un vistazo para curarse en salud). Pero en vano, no aparecía el pasaporte. Tuvieron que bajar de la limusina Jean-Christophe de G. manteniendo la calma, diciéndole que no tenía importancia con voz ahogada, consultando el reloj con mirada dura—, abrir el maletero bajo la lluvia, sacar las bolsas y hurgar en ellas en la misma calzada, ante la mirada a un tiempo glacial e indiferente del policía. Me lo habré dejado en el hotel, dijo Marie, y lo dijo con desenfado, casi jovialmente, como si la perspectiva de imaginar lo peor —estar allí, en el control de policía de Narita, y no tener el pasaporte— la exaltara, casi la excitara, dejándole entrever por adelantado la comicidad que la situación podría tener retrospectivamente. Ese talante caprichoso, esa frivolidad, ese desenfado gozoso, luminoso y fascinado, que formaba parte de los atributos más fehacientes del encanto de Marie, era sin lugar a dudas placentero en la medida en que no se viese uno implicado en el asunto. Jean-Christophe, que en este caso era el principal implicado en el asunto, la asió con firmeza por ambos brazos (su galantería comenzaba a hacer aguas) y le pidió que pensase bien dónde había metido el pasaporte. Es que no lo sé, le dijo Marie —empezaba ya a irritarla con sus preguntas—, y sugirió que tal vez estaba en su maletín de cuero, junto con el billete de avión. Sacó el maletín del maletero y encontró de inmediato el pasaporte, que exhibió al policía, quien apenas lo miró (era un simple control de rutina a la entrada del aeropuerto).” Fin de la cita.

Pocos protagonistas de novela me han puesto de los nervios como la tal Marie. Por mucho que lo intentara jamás conseguiría empatizar con una mujer como ella. Ni tampoco comprenderla. Pero este sentimiento de rechazo es una provocación del propio Jean-Philippe Toussaint que consigue el efecto pretendido. Lo confiesa cuando dice: “La verdad de Marie quizás no sea la verdad de todos”.

Una novela muy breve, sorprendente y de alta calificación literaria.

 


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