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jueves, 20 de febrero de 2014

En la orilla. Rafael Chirbes (43)

 

En la orilla

Rafael Chirbes
Anagrama

Contraportada
El hallazgo de un cadáver en el pantano de Olba pone en marcha la narración. Su protagonista, Esteban, se ha visto obligado a cerrar la carpintería de la que era dueño, dejando en el paro a los que trabajaban para él. Mientras se encarga de cuidar a su padre, enfermo en fase terminal, Esteban indaga en los motivos de una ruina que asume en su doble papel de víctima y de verdugo, y entre cuyos escombros encontramos los valores que han regido una sociedad, un mundo y un tiempo. La novela nos obliga a mirar hacia ese espacio fangoso que siempre estuvo ahí, aunque durante años nadie parecía estar dispuesto a asumirlo, a la vez lugar de uso y abismo donde se han ocultado delitos y se han lavado conciencias privadas y públicas. Heredero de la mejor tradición del realismo, el estilo de En la orilla se sostiene por un lenguaje directo y un tono obsesivo que atrapa al lector desde la primera línea volviéndolo cómplice.

Aquí Rafael Chirbes nos da una idea de lo que pretende con esta novela.


Mi Comentario

Me fijé en esta novela a finales del año pasado. Ya saben que al cerrar el año los periódicos, blogs, etc. hacen una especie de balance de lo que se ha publicado y fue "El País" que colocó a esta obra en los primeros lugares del "ranking" de las mejores novelas de autor español.


Antes de esta obra Rafael Chirbes había escrito "Crematorio" sobre el mundo que rodeaba el "boom" inmobiliario. La novela tuvo tanto éxito que pasó a la pequeña pantalla como serie protagonizada por el inolvidable Pepe Sancho.

En esta segunda entrega, el "boom" ha explotado. La burbuja ha dejado un cementerio de edificios inacabados, empresas quebradas, hipotecas vencidas, cajas de ahorro en situación desesperada y seis millones de parados.

A Rafael Chirbes no le interesa demasiado lo que ha ocurrido. Todos lo sabemos. Lo que de verdad dibuja a la perfección son las consecuencias en las personas de toda edad y condición. Como si de una película apocalíptica se tratara, aquí ya ha explotado el ingenio nuclear o ha caído el meteorito gigante. Ahora se trata de ver cómo sobreviven a la catástrofe toda una serie de personajes que, de alguna forma y con diferente implicación, estuvieron vinculados a esa locura de la burbuja. Desde el marroquí que trabajaba de albañil, al promotor "hecho a sí mismo", al proveedor de la carpintería o al director de la sucursal de la caja que se ha hinchado a vender preferentes y a firmar embargos.
Chirbes carga las tintas a la hora de plasmar esta realidad catastrófica. No es que sea realista. Es hiper-realista. Aquí los seres humanos son cazadores o cazados. Víctimas o verdugos. Y a menudo las dos cosas. El hombre es un lobo para el hombre y no hay piedad ni misericordia.
Es la degradación simbolizada por el marjal que un día fue un lugar de disfrute para personas y animales y ahora, patio trasero de las torres de cemento que se levantan como esqueletos inmensos, es sólo un estercolero.

Pero Chirbes no se limita a esta crisis de la que muchos, como yo mismo, no esperamos ver el fin, sino que saca a exponer de donde ha salido tanta podredumbre moral y social. Aparecen los orígenes de las grandes fortunas del pueblo de Olba y cómo de una represión sangrienta a los vencidos en una lejana pero siempre presente guerra civil, emergieron los que desecaron parte de la albufera para poder crear solares edificables, o los que se hicieron con las grandes propiedades y terrenos a precio de saldo.

Como antes he dicho, esta es una novela de muchos personajes arquetípicos pero uno en especial me ha conmovido especialmente. Se trata del padre de Esteban, el carpintero protagonista en gran medida de la obra. Este hombre, que ahora es una simple sombra en la niebla mental del Altzeimer, fue en su día un comunista convencido que, al final de la guerra, optó, por la presión de su mujer, por entregarse a los ganadores y pasar por el calvario de la cárcel y la proscripción social. Hubiera podido morir como otros "maquis" acosados como alimañas por la Guardia Civil o los voluntariosos muchachos del yugo y las flechas. Pero no lo hizo y ese fracaso se convirtió en rencor hacia los suyos, hacia sus propios hijos ya que por ellos perdió toda dignidad.
Chirbes describe maravillosamente esta contradicción y la extraña relación entre el padre y el hijo obligado a su vez a cuidarle en sus últimos años. Una relación de amor-odio o de pena-frustración.

La novela termina con la historia de Tomás Pedrós, el gran promotor "hecho a sí mismo" que cuando ve venir la explosión, toma las de Villadiego arramblando con todo lo que puede y dejando atrás el diluvio para los que se quedan a dos velas. Un final amargo para una novela necesariamente amarga.



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