Caída y auge de Reginald Perrin
David NobbsImpedimenta
Contraportada
Reginald Perrin es un
mediocre e infeliz ejecutivo de ventas cuarentón, que malgasta sus días en la
empresa Postres Lucisol, sometido a un jefe estúpido para el que desempeña un
trabajo alienante, mientras lleva una vida suburbana al lado de su esposa y una
familia plagada de gorrones. Hasta que un día, entregado a continuas fantasías
que le apartan momentáneamente del sopor, decide tirarlo todo por la borda y
dar el gran paso: desaparecer sin dejar el menor rastro, simular su propio
suicidio, y adoptar una segunda identidad para volver a comenzar desde cero.
Un clásico de la comedia
inglesa, considerado uno de los libros más divertidos, crueles e irreverentes
de la reciente literatura anglosajona.
Mi comentario
David Nobbs nace en Kent en 1935. Proviene de una larga tradición de profesores pero a él nunca le tentó esta profesión. Trabajó como reportero en el periódico de Sheffield pero él mismo reconoce que era una nulidad en este aspecto. De vis cómica natural colaboró con varios guionistas de programas de humor de la BBC. Escribió varias novelas ("supuestamente cómicas" según el Daily Telegraph) pero su éxito le llegó en 1975 con esta novela que ha tenido varias secuelas.
Cuando terminé de leer esta obrita me pregunté bajo qué epígrafe la calificaba. ¿Comedia?, ¿drama?, ¿tragedia?, ¿fábula humorística?. Imposible definirla en estos términos. Es cualquiera de ellos o ninguno. Lo que más se acercaría sería el calificativo de "subrealismo cínico inglés" . Tiene muchos rasgos de este socarrón humor inglés pero también tiene pinceladas melodramáticas en las que los personajes (todos ellos muy esquemáticos) desarrollan un papel de perdedores crónicos.
En muchos detalles logra arrancar la sonrisa del lector y hace que su lectura sea amena sin que tengamos que reflexionar demasiado en la trama.
Si quieren tener una lectura agradable y divertida, léanlo. Este es mi consejo.
David Nobbs nace en Kent en 1935. Proviene de una larga tradición de profesores pero a él nunca le tentó esta profesión. Trabajó como reportero en el periódico de Sheffield pero él mismo reconoce que era una nulidad en este aspecto. De vis cómica natural colaboró con varios guionistas de programas de humor de la BBC. Escribió varias novelas ("supuestamente cómicas" según el Daily Telegraph) pero su éxito le llegó en 1975 con esta novela que ha tenido varias secuelas.
Cuando terminé de leer esta obrita me pregunté bajo qué epígrafe la calificaba. ¿Comedia?, ¿drama?, ¿tragedia?, ¿fábula humorística?. Imposible definirla en estos términos. Es cualquiera de ellos o ninguno. Lo que más se acercaría sería el calificativo de "subrealismo cínico inglés" . Tiene muchos rasgos de este socarrón humor inglés pero también tiene pinceladas melodramáticas en las que los personajes (todos ellos muy esquemáticos) desarrollan un papel de perdedores crónicos.
En muchos detalles logra arrancar la sonrisa del lector y hace que su lectura sea amena sin que tengamos que reflexionar demasiado en la trama.
Si quieren tener una lectura agradable y divertida, léanlo. Este es mi consejo.
Lo que el día debe a la noche
Yasmina Khadra
Destino
Contraportada
Younes sólo tiene nueve años
cuando su padre se queda arruinado. Totalmente agobiado, resuelve confiar el
niño a su hermano, un farmacéutico integrado en la comunidad occidental de
Orán. Ahora, el nuevo nombre de Younes es Jonas, crece entre jóvenes colonos de
los que se hace amigo inseparable. Descubrirá con ellos las alegrías de una
existencia privilegiada que ni la segunda guerra mundial ni las convulsiones de
un nacionalismo árabe en plena expansión pueden perturbar. Hasta el día en que
llega a la ciudad Émilie, una joven fascinante que se convertirá en el objeto
de deseo de todos ellos y que pondrá a prueba la complicidad fraternal de los
cuatro amigos, divididos entre la lealtad, el egoísmo y el rencor que la guerra
de la Independencia agrava.
Mi comentario
Tras Yasmina Khadra se
esconde Mohammed Moulessehoul, comandante argelino que en 1989 debió usar un
seudónimo femenino para evadirse de la censura militar que había prohibido sus
seis primeras novelas. De ellas comentaremos tres en este Blog: “Lo que el día
debe a la noche”, “El Atentado” y "Los ángeles mueren por nuestras heridas".
La novela fue llevada al cine el año pasado
por el director argelino Alexandre Arcady con bastantes buenas críticas.
Si quieren verla la he insertado desde Youtube.
Las críticas cinematográficas
destacaron el papel del protagonista Fu'ad Ait que le da mucha profundidad al
personaje. Pero también destacan que la película pierde muchos de los detalles
importantes de la novela cosa, por otra parte, bastante usual en estos casos como ya saben.
Si tienen interés, aquí les pongo el trailer de la película.
La novela es un melodrama épico
en el que hay una trama vertebral compuesta por los amores desgraciados de Youles
(o Jonás en su versión occidental) con Emilie y las relaciones con tres amigos
de la infancia y, envolviéndola están las circunstancias de una Argelia
dispuesta a sacudirse de encima el colonialismo francés.
Toda la novela está diseñada
para resaltar las contradicciones de una sociedad al borde del estallido. La
contradicción entre una burguesía francesa ilustrada y católica, que lleva en
Argelia cuatro o cinco generaciones y que, por consiguiente, se sienten en su
propia tierra y no como colonizadores y una inmensa mayoría de raza árabe o
bereber, de religión musulmana que, en su gran mayoría, malviven de temporeros
o pequeños comerciantes. Esta contradicción es en realidad un abismo de
incomprensión. Jonás, el protagonista, encarna esta contradicción. Es hijo de un
árabe empobrecido pero vive con su tío y su tía francesa como si se tratara de
un occidental. Su aspecto de niño rubio con ojos azules, hace que el disfraz
sea más creíble. Todos sus amigos y amigas con occidentales y él se encuentra
en este ambiente como pez en el agua.
Todo estalla cuando llega un
amor que él hace imposible, por una parte y, por otra, cuando estalla la guerra
de independencia de Argelia. Una guerra de siete años que tras la marcha de los
“pieds noirs” a Francia, continuaría entre el FLN y los islamistas radicales.
Jonás está en medio. ¿Por qué lado decantarse?.
Esta es la base del drama que
les recomiendo leer, entre otras cosas por la perfecta ejecución literaria de
las descripciones de un Orán de mediados del siglo XX.
Prisioneros en el Paraíso
Arto Paasilinna
Anagrama
Contraportada
Un avión en el que viaja una
misión de la ONU se ve obligado a efectuar un aterrizaje de emergencia en un
rincón perdido del archipiélago indonesio. Los supervivientes una variopinta
pandilla de enfermeras suecas, comadronas y leñadores finlandeses, médicos
noruegos, azafatas y pilotos ingleses consiguen alcanzar una playa
Lo único que no me gusta es el título. La mayoría de los supervivientes de esta aventura no se sienten prisioneros. Al revés. Creen que los prisioneros son los que están fuera del paraíso.
“Qué crees que pasaría si en el campamento alguien se diera cuenta de
que vivimos en un sistema socialista?
—Absolutamente nada. La mayor parte de esta gente
pensaba de otro modo cuando vivía en Europa, pero aquí es diferente, porque la
condición del éxito es la comunidad, aquí no se pueden probar otros sistemas,
porque nos llevarían a la perdición. Si alguno de nosotros se pusiera a
acumular propiedades y obligase a los demás a hacer los trabajos que a él le
corresponden, el producto global sería menor y los más débiles se quedarían sin
comida y sin alojamiento en condiciones. En estas circunstancias no podemos
permitirnos hacer experimentos. Las sociedades industriales altamente
desarrolladas pueden soportar la explotación, pero nuestro campamento no. Un
signo claro de que el socialismo se ha realizado plenamente es que no
necesitamos policía.”
Y es que todos a los que les
ha tocado vivir esta aventura son conscientes de que la mejor manera de
sobrevivir es colaborar dentro de una reglas democráticas.
Claro que todo ello presenta
un problema. En todo paraíso siempre hay un problema: ¿se desea escapar uno de
este paraíso?.
Este es otro nudo dramático
que el autor plantea con toda su crudeza. Han ideado una forma de pedir socorro
mediante un gigantesco rótulo de SOS que pueda ser captado por uno de los satélites
metereológicos. Están a punto de prenderle fuego y el comandante del avión les
dice lo siguiente:
“Taylor fue al grano: dijo que nadie que estuviese en
su sano juicio estaría dispuesto a abandonar aquella belleza para regresar a
una Europa contaminada, a pagar impuestos, a luchar por un espacio vital, a
acumular bienes innecesarios y a pelear con los magnates de los negocios por
cosas que finalmente carecían de importancia.
Taylor terminó su discurso lanzando una petición: que
nos quedásemos en la isla, que no encendiésemos el SOS por el momento,
dejándolo en reserva... Si alguien venía a salvarnos, nunca podríamos volver a
vivir en nuestro paraíso nos llevarían por la fuerza a nuestros países de
origen, a trabajar en cosas inútiles, fumaríamos hasta destrozarnos los
pulmones, nunca volveríamos a caminar por la arena caliente de aquella playa,
desnudos y sin que nadie se avergonzara por ello, nunca podríamos organizar
otra fiesta de cacería, ni comer jabalíes como aquéllos, ni pescar, ni cultivar
amistades sinceras y puras.”
¿Aceptarán abandonar el paraíso?.
Les dejo que lo descubran ustedes mismos leyendo la novela. Se la aconsejo.
Si les interesa saber más sobre este autor casi desconocido en España, lean la entrevista que le hicieron en "El País".
La verdad sobre Marie
Jean-Philippe Toussaint
Anagrama
Contraportada
Una quinta parte de esta
novela la ocupa una escena antológica que ningún lector podrá olvidar: el
embarque de un purasangre en el aeropuerto de Tokio. Es de noche, llueve a
cántaros. El caballo, despavorido, ha despistado a sus escoltas japoneses, a su
propietario francés y a su amiga con su pila de maletas, y se ha sumergido al
galope en la oscuridad del aeropuerto. ¿Cómo encontrar, apaciguar y domeñar al
purasangre enfurecido al que, habida cuenta de su fama y de su precio, no
pueden sacrificar ni herir? Épico y regocijante. Alejandro Dumas pasado por el
Nouveau Roman. Flaubert narrándonos un grave incidente en la zona de flete de
un aeropuerto. Hay elementos de fatalidad antigua en esa literatura tan moderna
por su escritura y por sus mecanismos. Toussaint es un dios del Olimpo que,
según Bernard Pivot, ya sea con benevolencia o furor, manipula a unas criaturas
perfectamente elegidas y las proyecta a aventuras planetarias.
Mi comentario
Cuando terminé de leer esta
novela me sentí completamente abrumado. Jean-Philippe Toussaint es un genio. ¿Cómo
es posible que un escritor moderno sea capaz de sólo con las palabras darnos
una imagen tan precisa de las cosas?. Porque eso es lo que hace este autor. A
golpe de palabra crea imágenes mentales como si fuera un director de cine. Ves
cada detalle de una pared, de un caballo purasangre desbocado en medio del
aeropuerto de Narita en Tokio, de un hombre bajo la lluvia que contempla una
ambulancia que engulle una camilla con otro hombre dentro del que no se sabe si
está muerto. Cada gota de agua, cada rayo de sol y cada personaje es descrito
con una meticulosidad milimétrica.
Y también por supuesto está
Marie. Un personaje que evoluciona a lo largo del relato y que no despierta
(por lo menos al principio) ninguna simpatía al lector ya que Jean-Philippe
Toussaint la describe como una joven superficial, atolondrada, desordenada y caótica.
Como muestra vean estos párrafos
muy significativos. Marie, con su amante Jean Cristophe van en una limusina al
aeropuerto de Tokio a embarcar a un purasangre de la cuadra de él.
“El convoy aflojó la marcha al acercarse al aeropuerto
y se detuvo en una de las colas de espera que aguardaban el control de policía.
Varios agentes vestidos con impermeables transparentes filtraban la circulación
bajo la lluvia ante un gran pórtico comparable a un puesto de peaje de
autopista, controlaban el paso de los coches con porras fluorescentes. Un
policía subió al minibús de los japoneses para inspeccionar rápidamente los
pasaportes que los viajeros tenían ya preparados, no se entretuvo, pasó entre
los asientos apuntando con el dedo cada pasaporte antes de bajar del vehículo,
mientras otro salía de una garita y se acercaba a la limusina. Jean-Christophe
de G. bajó el vidrio automático de la portezuela pulsando un botón eléctrico
situado en el brazo del asiento y le alargó su pasaporte en la noche, así como
el pasaporte del caballo, pues el caballo tenía también su pasaporte, un carné
de identidad personal, oficial, plastificado, infalsificable (con la foto, la
fecha de nacimiento y el pedigrí). El policía abrió el pasaporte de
Jean-Christophe de G., examinó la foto y se lo devolvió, acto seguido abrió el
pasaporte del caballo y se inclinó hacia el interior del coche para examinar un
instante con más atención el rostro de Marie (pese a que, aun en la penumbra,
resultaba imposible tomar a Marie por un caballo). Jean-Christophe de G., al
advertir el malentendido, pidió a Marie —Marie distraída, como si aquello no
fuera con ella— que fuera tan amable de mostrar su pasaporte al policía. Pero Marie
había sido siempre incapaz de mostrar el pasaporte cuando la situación lo
requería, y, saliendo bruscamente de su embotamiento, como pillada de pronto en
falta, anticipando ya dolorosamente su cara la inutilidad de las posteriores
búsquedas, fue presa de un brusco acceso de desordenado frenesí, esa curiosa
amalgama de pánico y de buena voluntad que la caracteriza cuando busca algo, y
se puso a hurgar desesperadamente en el bolso y a darle vueltas en todos los
sentidos, sacando tarjetas de crédito, cartas, facturas, su teléfono, dejando
caer sus gafas de sol al suelo, alzándose en el asiento y contorsionándose para
hurgarse en los bolsillos traseros de la falda, de la chaqueta, del abrigo,
segura de que ese pasaporte lo llevaba con ella, pero sin saber en qué bolsillo
lo había puesto, en cuál de las bolsas podía estar, veintitrés bolsas
exactamente (sin contar la bolsita de sashimi de fugu, a la que echó también un
vistazo para curarse en salud). Pero en vano, no aparecía el pasaporte.
Tuvieron que bajar de la limusina Jean-Christophe de G. manteniendo la calma,
diciéndole que no tenía importancia con voz ahogada, consultando el reloj con
mirada dura—, abrir el maletero bajo la lluvia, sacar las bolsas y hurgar en
ellas en la misma calzada, ante la mirada a un tiempo glacial e indiferente del
policía. Me lo habré dejado en el hotel, dijo Marie, y lo dijo con desenfado,
casi jovialmente, como si la perspectiva de imaginar lo peor —estar allí, en el
control de policía de Narita, y no tener el pasaporte— la exaltara, casi la
excitara, dejándole entrever por adelantado la comicidad que la situación
podría tener retrospectivamente. Ese talante caprichoso, esa frivolidad, ese
desenfado gozoso, luminoso y fascinado, que formaba parte de los atributos más
fehacientes del encanto de Marie, era sin lugar a dudas placentero en la medida
en que no se viese uno implicado en el asunto. Jean-Christophe, que en este
caso era el principal implicado en el asunto, la asió con firmeza por ambos
brazos (su galantería comenzaba a hacer aguas) y le pidió que pensase bien
dónde había metido el pasaporte. Es que no lo sé, le dijo Marie —empezaba ya a
irritarla con sus preguntas—, y sugirió que tal vez estaba en su maletín de
cuero, junto con el billete de avión. Sacó el maletín del maletero y encontró
de inmediato el pasaporte, que exhibió al policía, quien apenas lo miró (era un
simple control de rutina a la entrada del aeropuerto).” Fin de la cita.
Pocos protagonistas de novela
me han puesto de los nervios como la tal Marie. Por mucho que lo intentara
jamás conseguiría empatizar con una mujer como ella. Ni tampoco comprenderla.
Pero este sentimiento de rechazo es una provocación del propio Jean-Philippe
Toussaint que consigue el efecto pretendido. Lo confiesa cuando dice: “La
verdad de Marie quizás no sea la verdad de todos”.
Una novela muy breve,
sorprendente y de alta calificación literaria.
La verdad sobre Marie
Jean-Philippe Toussaint
Anagrama
Contraportada
Una quinta parte de esta
novela la ocupa una escena antológica que ningún lector podrá olvidar: el
embarque de un purasangre en el aeropuerto de Tokio. Es de noche, llueve a
cántaros. El caballo, despavorido, ha despistado a sus escoltas japoneses, a su
propietario francés y a su amiga con su pila de maletas, y se ha sumergido al
galope en la oscuridad del aeropuerto. ¿Cómo encontrar, apaciguar y domeñar al
purasangre enfurecido al que, habida cuenta de su fama y de su precio, no
pueden sacrificar ni herir? Épico y regocijante. Alejandro Dumas pasado por el
Nouveau Roman. Flaubert narrándonos un grave incidente en la zona de flete de
un aeropuerto. Hay elementos de fatalidad antigua en esa literatura tan moderna
por su escritura y por sus mecanismos. Toussaint es un dios del Olimpo que,
según Bernard Pivot, ya sea con benevolencia o furor, manipula a unas criaturas
perfectamente elegidas y las proyecta a aventuras planetarias.
Mi comentario
Cuando terminé de leer esta
novela me sentí completamente abrumado. Jean-Philippe Toussaint es un genio. ¿Cómo
es posible que un escritor moderno sea capaz de sólo con las palabras darnos
una imagen tan precisa de las cosas?. Porque eso es lo que hace este autor. A
golpe de palabra crea imágenes mentales como si fuera un director de cine. Ves
cada detalle de una pared, de un caballo purasangre desbocado en medio del
aeropuerto de Narita en Tokio, de un hombre bajo la lluvia que contempla una
ambulancia que engulle una camilla con otro hombre dentro del que no se sabe si
está muerto. Cada gota de agua, cada rayo de sol y cada personaje es descrito
con una meticulosidad milimétrica.
Y también por supuesto está
Marie. Un personaje que evoluciona a lo largo del relato y que no despierta
(por lo menos al principio) ninguna simpatía al lector ya que Jean-Philippe
Toussaint la describe como una joven superficial, atolondrada, desordenada y caótica.
Como muestra vean estos párrafos
muy significativos. Marie, con su amante Jean Cristophe van en una limusina al
aeropuerto de Tokio a embarcar a un purasangre de la cuadra de él.
“El convoy aflojó la marcha al acercarse al aeropuerto
y se detuvo en una de las colas de espera que aguardaban el control de policía.
Varios agentes vestidos con impermeables transparentes filtraban la circulación
bajo la lluvia ante un gran pórtico comparable a un puesto de peaje de
autopista, controlaban el paso de los coches con porras fluorescentes. Un
policía subió al minibús de los japoneses para inspeccionar rápidamente los
pasaportes que los viajeros tenían ya preparados, no se entretuvo, pasó entre
los asientos apuntando con el dedo cada pasaporte antes de bajar del vehículo,
mientras otro salía de una garita y se acercaba a la limusina. Jean-Christophe
de G. bajó el vidrio automático de la portezuela pulsando un botón eléctrico
situado en el brazo del asiento y le alargó su pasaporte en la noche, así como
el pasaporte del caballo, pues el caballo tenía también su pasaporte, un carné
de identidad personal, oficial, plastificado, infalsificable (con la foto, la
fecha de nacimiento y el pedigrí). El policía abrió el pasaporte de
Jean-Christophe de G., examinó la foto y se lo devolvió, acto seguido abrió el
pasaporte del caballo y se inclinó hacia el interior del coche para examinar un
instante con más atención el rostro de Marie (pese a que, aun en la penumbra,
resultaba imposible tomar a Marie por un caballo). Jean-Christophe de G., al
advertir el malentendido, pidió a Marie —Marie distraída, como si aquello no
fuera con ella— que fuera tan amable de mostrar su pasaporte al policía. Pero Marie
había sido siempre incapaz de mostrar el pasaporte cuando la situación lo
requería, y, saliendo bruscamente de su embotamiento, como pillada de pronto en
falta, anticipando ya dolorosamente su cara la inutilidad de las posteriores
búsquedas, fue presa de un brusco acceso de desordenado frenesí, esa curiosa
amalgama de pánico y de buena voluntad que la caracteriza cuando busca algo, y
se puso a hurgar desesperadamente en el bolso y a darle vueltas en todos los
sentidos, sacando tarjetas de crédito, cartas, facturas, su teléfono, dejando
caer sus gafas de sol al suelo, alzándose en el asiento y contorsionándose para
hurgarse en los bolsillos traseros de la falda, de la chaqueta, del abrigo,
segura de que ese pasaporte lo llevaba con ella, pero sin saber en qué bolsillo
lo había puesto, en cuál de las bolsas podía estar, veintitrés bolsas
exactamente (sin contar la bolsita de sashimi de fugu, a la que echó también un
vistazo para curarse en salud). Pero en vano, no aparecía el pasaporte.
Tuvieron que bajar de la limusina Jean-Christophe de G. manteniendo la calma,
diciéndole que no tenía importancia con voz ahogada, consultando el reloj con
mirada dura—, abrir el maletero bajo la lluvia, sacar las bolsas y hurgar en
ellas en la misma calzada, ante la mirada a un tiempo glacial e indiferente del
policía. Me lo habré dejado en el hotel, dijo Marie, y lo dijo con desenfado,
casi jovialmente, como si la perspectiva de imaginar lo peor —estar allí, en el
control de policía de Narita, y no tener el pasaporte— la exaltara, casi la
excitara, dejándole entrever por adelantado la comicidad que la situación
podría tener retrospectivamente. Ese talante caprichoso, esa frivolidad, ese
desenfado gozoso, luminoso y fascinado, que formaba parte de los atributos más
fehacientes del encanto de Marie, era sin lugar a dudas placentero en la medida
en que no se viese uno implicado en el asunto. Jean-Christophe, que en este
caso era el principal implicado en el asunto, la asió con firmeza por ambos
brazos (su galantería comenzaba a hacer aguas) y le pidió que pensase bien
dónde había metido el pasaporte. Es que no lo sé, le dijo Marie —empezaba ya a
irritarla con sus preguntas—, y sugirió que tal vez estaba en su maletín de
cuero, junto con el billete de avión. Sacó el maletín del maletero y encontró
de inmediato el pasaporte, que exhibió al policía, quien apenas lo miró (era un
simple control de rutina a la entrada del aeropuerto).” Fin de la cita.
Pocos protagonistas de novela
me han puesto de los nervios como la tal Marie. Por mucho que lo intentara
jamás conseguiría empatizar con una mujer como ella. Ni tampoco comprenderla.
Pero este sentimiento de rechazo es una provocación del propio Jean-Philippe
Toussaint que consigue el efecto pretendido. Lo confiesa cuando dice: “La
verdad de Marie quizás no sea la verdad de todos”.
Una novela muy breve,
sorprendente y de alta calificación literaria.
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